domingo, 25 de octubre de 2009

Maga en Magias, vuela


Ella le abrió la puerta de la jaula al dormido pez dorado.
Anestesiado.
Recordando.
Y flota una vez más, tan cerca, que el océano que sabe brotar de sabios labios apenas si acierta con el sano oficio de saber morirse de ese miedo tan sabio.
Y lo sabe.
Maga de Magias que lo atenúan en dorado y lo acentúan en brillantes escamas que logran ejecutar una necesaria respiración que alcanza para los dos.
Los dos vivos.
Y las dos vidas.
La de antes, la rota partida que no arrancó y la sana, la débil alimentada por la memoria impregnada en las pieles. Cada piel y cada reflejo que acribilla a la noche, esa que sólo puede aprender lo que es el absorto abstracto, al mirarlos buscarse en los sexos con hambre salvaje, de animal pez o animal
Y el pez olvida tan rápido que cada
Y la Maga aprende tan rápido que cada a olvidar esfuma la jaula.
El pez mira los cielos con un entusiasmo que encoge las nubes. Alguien le dijo que las Magas vuelan y él no lo cree tanto por cierto sino porque le va la vida en ello. Además, ahora que aprendió a abrazar (no es fácil si sólo se tienen aletas), sabe que no cerrará los ojos nunca más, ni durmiendo.
Habiendo tanta Magia por mirar...
Sabe que ya no puede darse lujos de jaulas extrañando tanto océano de labios como necesita para respirar. Para dos, incluso.
Y mira las nubes.
Y espera.