viernes, 15 de octubre de 2021

Ineludible orden


Comprar cuatro o cinco
paquetes de fideos
y colocarlos
en el
estante
por ineludible orden
de fecha
de vencimiento
de cada uno. 

(Sería trágico usar el más nuevo
primero
y olvidar
el más viejo en el estante, solo.)
Mientras
las fechas estén 
en ineludible orden
podremos mantener a la tragedia
lejos.

Y será necesario, finalmente,
no comer nada 
de todo 
aquello
para no
perder las fechas de vista, nunca
Recordar:
primero el más viejo y al final
el más
nuevo, sin
tocarlos nunca,
dejando intacto el hambre
hasta que llegue la última
fecha.

miércoles, 13 de octubre de 2021

La precisión que brinda una mira telescópica


En el último sentido posible no hay más colores de pintura, entre los exhibidos, para imitar esa mirada. 

Mauro se mueve en la cocina y, desde el living, parece arrastrar los azulejos con su cáscara de escamas vueltas sed de tiempo. Hay en él una extrapolación de posibilidades que pueden ser percibidas como una monografía florecida en medusa de argumentos. 

Cada color empapa de esoterismo los kilómetros del viaje exhibido. Ya no tiene importancia llegar. 

Los sonidos triviales que pegotean de cotidianeidad los oídos son un puente menos digno que un simple grito entre Mauro y el living. Verlo introducir su cara, como si un Rasgado Velo de Troya se tratara, en nuestro ambiente de sillones adormilados es un acantilado similar a todas las cucharitas de café cayendo desmayadas de sus pocillos. Y la sangre oscura en salpicaduras breves manteniendo diálogos lacónicos con la porcelana de iridiscente pasado. 

El saco de Mauro. Los brazos de Mauro. Las piernas de Mauro. La respiración de Mauro. El pasado de Mauro. Los pasos de Mauro. 

—Me dicen que el coche fúnebre estaría en camino. 

Como insultar colores con los grises de unas sílabas emancipadas de toda vocal madre. 

Parado en el living, como quien no puede soportar el universo sin destruir sus cimientos masticando lentamente la belleza piadosa de sus orígenes, Mauro mira abstraído su teléfono celular y toca levemente la pantalla de cuando en cuando. 

—Roque y Andrés van a llegar un rato más tarde. Dicen eso. Van a quedar un par de lugares en los coches. Estarían en camino... ¿dije, no?

El saco de Mauro está hecho con la misma tela de los neumáticos de los coches fúnebres. Sus anteojos tienen un marco de madera de ataúd tallada y el blanco de sus ojos es mortaja modelada en un displicente horno de miradas cocidas. Mauro estaría en camino. Y quedarían dos lugares, los de Roque y Andrés. El coche fúnebre tiene piernas y mira su teléfono celular. 

—Parece mentira, ¿no?

La medusa de argumentos ahora repta el living dejando agua de mar desmayada sobre la alfombra. Parece que debiera de parecerme mentira ese parecer. La medusa se sienta en un sillón de cuero de cera de cirio y me mira desde todas sus cabezas. Cada argumento tiene un peinado distinto y todos me aclaran que no hay más remedio. Pero sí hay más Mauro. 

Yo quiero que algo llegue desde la cocina y salve mi alma, que no parezca mentira y que no acabe de derrumbarse el living a causa del peso de Mauro y todo lo que contiene su teléfono celular. Pero la medusa me hace una seña con su cabeza para que mire. 

—El coche fúnebre chocó bajando la autopista... No entiendo bien, pero parece que el chofer habría fallecido y van a usar el ataúd para trasladarlo a él. 

Mauro me mira y, en el último de los sentidos posibles, todos los colores se dan vuelta para negarse a cualquier imitación. Sólo el blanco ambulancia se sienta en el living y acepta un café que le tiende la medusa de argumentos. 

—Ahora sí que ya no sé cuántos lugares quedan. ¿Los esperamos a Andrés y Roque o velamos al chofer del coche fúnebre, que viene ya puesto en el ataúd?

Desde la cocina llega una voz asomada de mujer.

—¿Y mamá?