jueves, 18 de junio de 2020

A quién la espía


El árbol pretende ser el escondite del que espía. El árbol simula ser lo opaco entre el espía y lo espiado. El árbol, con sus párpados de corteza cerrados, parece insinuar que siempre hay alguien detrás, debajo, dentro, por arriba, en sus ramas o navegando por su savia, espiando. 
Sin embargo el único espía posible tiene su silueta maciza y sus raíces quietas para no llamar la atención. Tiene sus ojos en sus hojas y sospechas grises rellenando sus nervaduras. 

Nunca pudo quitar su vista de la ventana enrejada o, mejor dicho, de lo que la ventana esconde (¿aherroja?, ¿retiene?, ¿priva de voluntad?). Por las noches de verano, esa misma ventana abierta es la boca iluminada de su deseo y esas rejas despintadas son los labios que le dicen que allí detrás está su amor, al que jamás vio pero conoce de memoria (una memoria que sólo él conoce). 

El aire gentil y quieto de esas noches le llevan hasta sus ramas el aroma de su Dama de Noche, la que vive detrás de esa ventana, la espiada, la esperada. 

No está seguro, pero cree que alguna vez, estirando casi en forma inverosímil un joven tronco verde de su torso, pudo verla, más adivinarla que verla, allá en un improbable fondo, tan cruelmente alejada de sus ganas de abrazarla como el cielo indolente estuvo siempre de su copa. 

Él espía y ella exhala. Deja que su aroma se monte en las noches como si fuera su canto. Una queda música sencilla que lanza al aire sin saber para quién. Un aroma de música dulce que embriaga a quien la presiente. A quien la espía. 

En donde nadie pueda callarnos


Camina el aire alambrado. Es más difícil caerse de esta nada sin excusas que de los sueños que camino a lo largo de mi cama, piensa. El aire parece arroz pasado de cocción salando su viejo sueño de equilibrista. Viento sobre piel como el ungüento de ese verano vacío en el que olvidó la tierra para siempre y eligió el aire por toda balanza. ¿Que es el equilibrio si no cerrar los ojos al futuro y gritar el silencio del presente a una altura en donde nadie pueda callarnos?, se dice. Ni salvarnos, claro. Y con este último filo en la carne de su pensamiento, equivoca el último paso, acariciando en la caída el alambre que queda oscilando, como la cuerda que narra la última nota muda y silenciosa, como ahora su presente.