martes, 28 de abril de 2020

Durante la nada sucia


La pupila
vuelve incandescente el mirar de la ventana.
Entonces,
pétalo tras pétalo voy entendiendo
el llanto de mis dedos.
Son canciones
que se recuerdan entre un pentagrama
de cortinas acompasadas por el viento.

Una nevada,
obsesiva compulsiva,
le permite a cada copo de nieve
elegir su caída.
(Apenas una nube.
Y se lleva por delante
la última arbolada del atardecer.)

Y asciendo.
Como quien sacude frazadas de invierno
en el comienzo de la última primavera.
(Si moviera mi pupila hacia el sol
perdería algo más que mis pétalos nevados.)

El sueño es la alarma más paranoica
de todas la ventanas posibles.

miércoles, 15 de abril de 2020

Salgamos de esta lluvia


—La lluvia no es algo natural, fijate, no puede serlo, es imposible. ¿Dónde se vio agua en el cielo?, el agua está siempre en el piso, al ras del piso, a lo sumo deslizándose por alguna cascada, pero siempre en el piso. ¿Cómo se supone que puedo entender que haya agua habitando en el cielo?, no es posible.
Hizo una pausa mientras en la vereda un charco tartamudeaba gotas cansadas, como taxis gateando de noche por el brillo del empedrado.
—Aparte, supongamos que termino por admitir la existencia del agua en el cielo, como algo, como alguna cosa de esas que escapan al sentido común, como esos travesaños de la filosofía existencial que nadie puede explicar. Bien, lo acepto, pero decime entonces, ¿y por qué caen gotas?, todo gota a gota, ¿por qué no cae un baldazo único que descargue de un tirón la existencia del agua arriba y listo, como las cataratas o como cuando se rompe un dique, un tanque, o alguna madre empapa un patio con ese ruido de planchazo seco y rabioso que pone a cada baldosa en su lugar con una sola y seca orden superior.
El otro esperó a que el semáforo se ponga en verde y los pocos autos aburridos se movieran lentamente cruzando la calle, como si necesitara que nadie escuchara lo que tenía para decir. La luces verdes se mantuvieron unos segundos con los ojos abiertos de pura inercia disciplinada, pero veían claramente que ningún auto quedaba por cruzar. Sólo esas dos personas ahí en la esquina. Bajo la garúa.
—Te lo voy a decir, pero tenés que jurarme que vas a guardar el secreto. No es chiste. Si arriba se enteran de que abrí la boca ya no voy a despertar mañana.
El otro lo miró muy serio, con los párpados cinco milímetros más arriba del nivel del susto.
—Dalo por hecho. Esta conversación nunca ocurrió.
—El Diluvio originalmente no era tal cosa. Dios pensó en eso que vos decís, el baldazo, la caída, el agua de golpe y el fin de todo. La idea era un mundo que sólo tuviera agua y nada más. Durante la breve existencia de ese mundo fetal, Dios se había enamorado de todo lo que vivía bajo el agua, cualquier pez minúsculo le parecía infinitamente más hermoso que el mejor de los humanos. Así que la respuesta era obvia, agua para todo, fin de la vida terrestre y un feliz mundo acuático.
La luz ahora parpadeaba en amarillo y ese fuego frío contorneaba la cara del hombre que escuchaba.
—¿Y qué pasó?
—El Diablo, cuando no.
—¿Qué quería?
—Quería a sus hombres, a sus seres humanos, se negaba a perder esos juguetes que tanto le habían entusiasmado. Fue una lucha, una negociación muy dura, pero al final Dios cedió. Sin embargo, el problema era que el agua ya estaba puesta en el cielo, a la espera de que le abran las puertas...
—¿Y?
—El Diablo nuevamente. Sólo él podía poner a disposición lo que finalmente evitó la tragedia. Un ejército infinito de almas esclavas con sendos goteros en cada mano. Toman agua del lago inmenso y la vierten gota a gota hacia la tierra.
—Pero... pero... ¿y cómo vuelve el agua a ese lago?
—¿Quién te dijo que vuelve?... No, no vuelve. Se va agotando. Llegará un día en el que ya no haya más lluvia y todo se va a secar por completo.
—¿Y qué va a pasar con nosotros?
—En primera instancia, te diría que cerrarán todas las fábricas de paraguas...
—En serio...
—¿En serio? Algo obvio. Tendrías que adivinarlo a esta altura.
—No... no lo sé. ¡Vamos!, si ya estoy jugado a guardar el secreto, lo quiero completo.
—Es verdad. Lo que va a pasar es obvio. Es tan obvio como lo que pasa cuando dejamos de querer algo.
—¿Nos vamos a morir todos?
—No... ¡qué va!, eso sería lo de menos. Te lo digo directamente, un mundo sin agua es un mundo que Dios ya no quiere.
—¿Entonces nos va a destruir y ese es el fin de todo?
—No. Se va a marchar. Se va a alejar de nosotros y vamos a quedar solos.
Casi como acoplando clima y relato, la garúa comenzó a detenerse despacio, dejando caer cada vez más nostalgia entre gota y gota, salteando hombros y baldosas como quien elige con cuidado dónde caer.
—No me puedo imaginar eso...
El otro miró hacia el final de la calle con una sonrisa triste, entornando los ojos.
—No hace falta que imagines nada porque, y es lo último que te voy a decir, eso ya pasó hace rato.
—¿Cómo?... ¿y esta lluvia?, ¿y las anteriores?, ¿y...?
—Ya no hay un gran diluvio aguardando en el cielo. Ya todo se secó y Dios se fue, dejando la Tierra. Sólo queda el Diablo presente allá arriba.
—Pero insisto, ¿y esto que cae qué es?
—Estas son sus lágrimas, hombre... Sólo eso. En fondo, el Diablo amaba a Dios por sobre todas las cosas. Y sólo el arroparnos con esta agua que mana de sus ojos lo consuela en un recuerdo de ese Dios que imaginó un mundo sólo acuático.
El semáforo jugó tres veces completas todas sus luces antes de que alguno de los dos hablara. Y cuando alguno lo hizo, el verde que soplaba brillante sobre las gotas, pareció temblar con algo de frío.
— Vamos, te invito un café... salgamos de esta lluvia.