lunes, 23 de noviembre de 2009

Noches sin sonido


Tierno


Ella le pidió que le arranque el clítoris con los dientes y él obedeció.
Recién cuando él le mostró su boca tan manchada de sangre ella le dio su primer beso tierno.
Vació la botella de vino sobre la herida y reía.
—Toda ceremonia acaba en luz. Siempre.
Afuera la noche lastimaba las veredas con silencios.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Caballos ardiendo


El relato de las dos ciudades acababa de formarse en la estación del tren último, pacífico.
Su carne, tampoco.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Viento en Sombra


—Cerrá la ventana que este viento ya me hinchó las pelotas.
El discurrir sólo por el ángulo de tus ojos y las manchas de humedad que se agrandan tanto como para tapar los agujeros de esa luna salvaje que nos ilumina.
La letra de la puerta se va a caer del canto. Hacé algo.
La pretensión del mirar de frente y la presunción de ser visto de costado. El ángulo ese que se ensimisma de un canto alado, de ganas que alcanzan la luna en una aerosilla plateada. La soga se corta y tus senos aguardan.
Hoy por primera vez. Y recogé las bananas que aún quedan. No te olvides de sacarlo todo.
Afuera el viento. Adentro el aliento. Sol no llevamos, hay de sobra y este de acá vence tan rápido que...
Mamá dijo que podía mirarte sólo en tu sombra. Papá dijo que sin luz no hay sombras y mamá sonreía desde lo alto de la escalera. No sabía la cantidad de veces que imaginé la escena de ella en la que cayendo. Y papá que lo sabía se limitaba a tomar coñac en los atardeceres acaramelados y sin gritos. Ruidos en la cocina y las ventanas cerradas. Siempre.
Te invito a discurrir sin ángulos y te invito a olvidarte de las rectas para estrellarnos en las curvas. Juntos. Yo olvidé tu sombra a tiempo y vos te viniste tan sin luz que era un espanto de velas en medio del viento.
¿Cerraste la ventana?, nunca volviste de la costa aquella y acá no hace más que entrar arena. ¿Cómo no tenés miedo de que los ángulos se tapen de arena y el relleno desborde al cabo de tantas y tantas manchas de humedad?
Trato de redibujar las letras de la puerta. Hacé el favor de dejarme tranquilo.
La escena se llena de mamás cayendo de escaleras arriba de papás lamiendo vidrios acaramelados de coñacs en atardeceres y como las ventanas siguen cerradas nadie en los alrededores escucha nada. Con este viento.
Verte en tu sombra. Sólo con llevar algo de luz. Sólo con alcanzar la luna. Sólo si la aerosilla no se cayera tantas veces como la soga se corta y sólo para verte. verte.
Papá tiene razón. Pero ya está enterrado. Y su botella vacía. Vamos a acostarnos porque no conseguí sol. Sólo bananas que pelaremos en la cama. Dejá esa puerta y alcanzame el tacho de basura. Ahí, cerca de la cama. Tengo hambre.
¿Te ayudo?
Sí, salí de ahí, por favor. Me hacés sombra.

martes, 3 de noviembre de 2009

Sombrero


Le mostró sus manos vacías.
¿Soy capaz de llenarlas?
Alrededor las balas silbaban. Y un reloj quebraba piedras sin darse cuenta.
Sacudió jirones en derredor y volvió a su cauce. Le mostró sus brazos abiertos.
Y no saber cuál de las balas.
La avenida cobraba cielos y espantos con dieciocho sentidas emociones alineadas alrededor de las esquirlas.
Una vez tras otra, una vez tras otra, un pez detrás de la obra.
Pero no puede volver a llover, eso es claro, explicaba el hombre de la esquina virada al rojo, basta mirar los cielos para entender que hay más lluvias extinguidas que balas rebotando contras las columnas de alumbrado.
Luces. Luces bien, hoy. Y mejor será el mañana.
Entonces él pensó en cuando todo acabe. En cuando todo de la vuelta y el regreso sea un presente más que forma fila. Luces.
Agachate. Abajo. No hay balas para vos ni para mi. Pero más vale reirse un poco más de los riesgos que eso que siempre hacés, eso de mirarlos desde lejos, desde tu siempre estúpida colina.
Auto que se detiene en semáforo en rojo y granada que entra por la ventanilla por la que se ven brazos que se agitan antes del rojo-naranja-amarillo y ese ruido.
¿Lo escuchaste?
Reloj. Dobla esquinas y junta piedras. Corre. Cruza en rojo. Mira a la mujer sin detenerse y la mujer se detiene sin mirarlo. Ni piedras ni balas a su alrededor.
Pero ¿lo escuchaste?
Espera y lo mira. Ocho balas más que rompen la vidriera de la izquierda.
¿Vos me hablaste?
Otro auto se estrella contra el incendiado y el conductor del mismo prendido ya fuego se cae al asfalto.
¿Ves?, no parecen quedar cosas para llenarlas.
Le muestra sus manos vacías.
Entonces saca los vidrios rotos para entrar a la vidriera y un camión encuentra su estrellarse en la esquina. El reloj los mira a ambos. Se sacude pedazos de camión y los mira. Saca de la vidriera el sombrero más cálido de esa primavera y lo coloca en la cabeza de la mujer que sonríe.
Le muestra sus manos vacías y él niega con la cabeza.
Ahora sí vamos.
Pasa a su lado el reloj, con sangre helada en los segundos. Las balas lo buscan y las piedras no alcanzan.
Le muestra el sombrero sobre su sonrisa.
Yo te cubro.