Marina viajó a Europa a encontrar las huellas eólicas de su primera oportunidad para amar.
Descendió en el aeropuerto de pie y olvidó las características de su adiós en medio de la aduana.
Cerró la valija revisada y caminó hasta el taxi creyendo que un cómic mal dibujado volvía la lluvia de aquella ciudad un espanto de gris oxidado.
Miró al taxista desde atrás creyendo que sus manos en el volante la alejaban del viento querido y de las huellas.
El taxi aceleraba. Marina le preguntó al taxista porqué le hacía eso.
No entendió el chofer pero mientras se detenía en una esquina se dio vuelta y la miró.
Marina observaba la lluvia sin hablarle.
El taxista le preguntó qué cosa le hacía.
Marina le respondió que alejarla.
¿Volvemos?, le preguntó el taxista.
Marina lo miró e imaginó una vida juntos, una vida adentro del taxi, una fiesta adentro del taxi, un hijo parido adentro del taxi, una cocina adentro del taxi y cómo se cortaría el pasto de un jardín adentro del taxi.
¿Juntos?, le preguntó Marina.
Otra vez el chofer no entendió y miró el tráfico de la calle. Pero le preguntó ¿quiere tomar otro taxi?
Marina entendió que la estaba dejando, que aquello estaba terminando. Pero se apuró a responder que no había otro taxi para ella, como para ver si la promesa de taxi eterno lograba hacerlo cambiar de parecer.
El taxista la miró y le dijo que sí, aunque es verdad que la lluvia complicaba las cosas, pero que él le conseguía otro si ella no quería seguir.
Marina supo que había llegado el momento de la franqueza y le dijo, ¿usted quiere dejarme?
El taxista suspiró y le respondió que sí, que quería dejarla en el lugar al que fuera.
Marina volvió a mirar por la ventanilla y le dijo observando la calle, como siempre... todo termina al llegar.
El chofer detuvo el motor del auto y se dio vuelta a mirarla. ¿Usted me va a pagar?, le preguntó. Marina lo miró asustada y le preguntó a su vez, ¿qué cosa?.
El viaje, respondió el taxista.
¿Adónde me lleva?, le sonrió Marina.
El chofer respiró hondo y volvió a arrancar el motor. Le dijo, al aeropuerto.
¿Juntos?, le preguntó Marina.
Sí, contestó el taxista, juntos.
Entonces Marina echó aliento en el vidrio de la ventanilla, empañándola para luego dibujar un corazón con su dedo.
Me gustó... a ratos -creo yo- todos somos Marina (y mas frecuentemente taxistas).
ResponderEliminarMuy bueno, las imágenes que vas generando con palabras se hacen perfectamente visibles, así como las sensaciones que evocás con ambos personajes se vuelven propias. Me encantó.
ResponderEliminar¿Vio, Tony?... yo de a ratos soy vidrio empañado...
ResponderEliminarGracias por pasar.
Sol, cuidado con las sensaciones que se vuelven propias... sobre todo en otras lecturas.
ResponderEliminarGracias por pasar.
Amigo... Consigues sentarnos al volante y que nos veamos en el retrovisor. Desdoblas la sensibilidad en un trayecto donde nos haces sentir en paralelo. El que deja y es dejado en un solo ser. Huellas como fin y como origen. Un amor hablando solo y un otro que ya no está para oir. Marina... se hace una con esa lluvia interior oxidada, y esas lágrimas saladas deslizándose por los cristales, mientras un corazón sin aliento late en la esperanza de un "juntos" que no ha de ser más que un "nunca más". Quien amó y fue dejado y quien dejó y fue amado no puede no ver a través de esos ojos y a través de la lluvia y a través de esas manos que en aquel volante solo quieren alejarse y cambiar de destino, quien sabe si para que todo termine o para que algo comience. ¡Qué placer encontrarnos en el pasado! Enhorabuena una vez más, lo has vuelto a hacer. Un abrazo Pablo, este texto bien merece un asiento en próximos viajes...
ResponderEliminarAmiga!, gracias por una nueva lectura y por tu cariño. Es hermoso todo lo que ves y sacás del texto y de la historia. Seguro que las identificaciones son inevitables cuando hablamos de estos temas, se toquen como se toquen. Todos viajamos, todos dejamos y hemos sido dejados. (Y quizás hasta sea la misma cosa... y sólo vaya cambiando la ventanilla, ¿no?)
ResponderEliminarTe dejo un abrazo enorme.