Salió de la oficina. Se cambió en el auto y entró al gimnasio. El ruido de los aparatos no lo dejaba pensar. Transpiraba. Miraba la hora en el reloj de la pared y la tele mostraba un partido de tenis. Le dolía el cuello. Entró a la ducha y el agua le quemaba. La dejó correr por su cuerpo. Se cambió y salió a la calle. Buscó su auto y no estaba. Llamó a su mujer para preguntarle si ella se lo había llevado. No atendía. Caminó una cuadra. Se palpó el bolsillo y tenía las llaves. Hacía frío y todavía tenía el pelo mojado. Tosió. El quiosco de la esquina había cerrado. Volvió al gimnasio. No sabía qué preguntar. Se quedó en el umbral mirando hacia adentro. El chico de la entrada lo saludó, pero no le preguntó si necesitaba algo. Tampoco lo sabía él. Miró a la calle. Por la vereda de enfrente venía caminando su mujer. Entró corriendo al gimnasio y se metió en el baño. Transpiraba otra vez. Agarró el teléfono. No sabía a quién llamar. Miró la hora. Prendió la cámara y se puso a sacarle fotos al baño. Se abrió la puerta. Entraba alguien. Él se metió en un compartimiento. Lo cerró. Guardó el teléfono y sacó las llaves del auto. Esperó a que el que había entrado saliera y tiró las llaves al inodoro. Apretó el botón y descargó el agua. Vio las llaves irse. Sacó su pañuelo y se secó la frente. Salió del baño. En la puerta estaba su mujer. La abrazó por detrás y la saludó. Ella le sonrió y le habló. Caminaron juntos por la vereda. Ella le preguntó por el agua mineral y él sacó la botellita de su mochila. Se le cayó el teléfono. Ella se lo levantó. Él se la quedó mirando. Ella se lo dio. Él no lo quería agarrar. La miró por última vez y empezó a correr por la vereda. Al pasar por el quisco cerrado tiró la mochila y dobló la esquina. La mujer prendió el teléfono. Buscó las fotos. Empezó a mirar el baño fotografiado. Volvió por la vereda y llegó a la puerta del gimnasio. El chico de la entrada estaba cerrando. Ella lo saludó y le mostró las fotos del teléfono. El chico se encogió de hombros y terminó de cerrar la puerta. La saludó y empezó a caminar por la vereda. Después de un par de pasos se detuvo y se dio vuelta. Miró a la mujer y le preguntó si había venido en el auto. Ella no le contestó. Se sentó en el umbral de la puerta cerrada y se cerró la campera. Hacía frío. El chico volvió hasta la puerta y se sentó al lado de ella. Empezó a contarle de su abuela alemana y de cómo había escapado de la guerra. Ella ya no lloraba. Él terminó de correr cuando cruzó la ruta y se sentó junto a la parada de colectivos. Los carteles de la calle se nublaban en vapor de neón. Le dolía el cuello. Se sacó la campera y la dobló. La acomodó debajo de su cabeza a manera de almohada y se recostó en ese paredón. Se durmió. Ella abrazó al chico y le dijo que ya no siga. El chico le preguntó si tenía el auto. Ella volvió a llorar pero sacó el auto de su cartera y se lo entregó al chico. El chico la miró y le pidió las fotos. Ella lloró más fuerte y le entregó el teléfono. El chico lo prendió y miró las fotos. Luego se puso de pie, tomó el auto y el teléfono y se fue. Ella se quedó en el umbral sentada. Tenía frío pero se durmió. Soñó con dormir con su marido, al costado de una ruta. Comenzaba a llover cuando el chico acabó de borrar las fotos del teléfono.
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