que no cambiás la piedra del molino
atada al cuello.
Y cuánto
que el surco desespera
en una fija canción de alambre.
Cuánto hace
y dónde lo deja
quien hiere al calipso con brotes
de recuerdo mal secado
en sábana blanca y piel de abeja.
Cuánto nace
al descarrile,
sin épica de brillo
ni hogaza al sol de vos,
en la noche de él,
mientras nosotros.
Cuánto yace,
sempiterno,
y sordo a todas tus manecillas
de relojes blindados de azúcar
en un camastro de agonía en sed.
Cuánto viaje
agazapado en el útero de la rueda,
piedra, molino, sol de última ingesta;
despertando el sesgo aterrado
voy por vos,
ya no cuenta la espera.