Quedárselo todo y nadar en el barro.
El silencio de lo que se manifiesta
cayendo.
(Los que escuchan están arriba.
Siempre.)
¿Dónde esperar el golpe?,
si cada piedra sonríe sana y cada suelo reza
su insensible letanía de contornos,
deambulando la rotura de tus huesos
como el parpadeo final de una feria ensamblada
en la última de todas las madrugadas de lluvia posible.
Vuelvo.
Pero con ese brillo de agua que todo barro miente
por abrazo despenado.
—¿Es mi caída un insulto procaz al viento?,
pregunta la piedra,
que pretende caer a domicilio
en lugar de la entrega utópica
al azar anodino de un parpadeo más de cualquier feria.
Quiere su alma,
tallada en barro inmóvil,
el silencio último de su saludo al sol.
Quiere sonar ceca.
Y soñar cerca.
(Miedo a perderse.
Los que escuchan, encuentran.)