lunes, 7 de mayo de 2012

Las silentes carrocerías enquistadas en sus pareceres


Cambiando sus íntimos derroteros y sus acalambrados juegos de otoño.
Quiero vivir en otoño. Un dorado de aire siempre final.
Quiero sumar fieras oscuras a mi amarillo aislamiento.
Quiero soltar las olas de espuma de la mano de un ciego que sonríe.

Puedo viajar sin tiempo, sin camino, sin ruta.
Aparecer en una mañana como si no hubiese atravesado el ayer.
(Me pregunto qué dibujan las rutas mientras dormimos.)
Se acomoda el universo a nuestro rumbo. Sin muchas certezas.
Cuando el ayer de las valijas llega al futuro del descenso,
nada parece ser
lo que fue guardado alguna vez
en el ascenso.
El aire nuevo (que se nos enrosca en el cuello) quiere ser el mismo,
pero nuestro cuello no lo es. Y lo mira. Ha viajado dibujos dormidos.
La noche no tiene color.
Las miradas son negras.
Y las estrellas,
milagros demasiado altos.

—No te bajes antes de tiempo. Es como faltarle el respeto a un sueño blanco.

Las ruedas son mentiras. Ojos descarnados las luces, viajan más allá.
Toda luz está por delante de nuestros deseos. Y nunca vuelve su brillo atrás.
Las ruedas son mentiras enloquecidas sobre dibujos de colores derrapados.
Nuestras luces dormitan. Deseos en brillo de verde fosforescente delinean
un amanecer que intuimos superpoblado de sueños ajenos.
Y bajamos, buscando el nuestro.
Y las ruedas nos sonríen cansadas. Siempre cansadas.
No preguntan nada. Ni lo saben todo.
Ven nuestras espaldas irse nadando en busca del aire que soñamos.
Sonríen cansadas, tan seguras de sus mentiras que dan envidia.
Sonreímos cansados, tan seguros de nuestro sueño blanco.

Quiero vivir un dorado otoño,
y soltar a las fieras oscuras sobre un mantel de humo espeso.
(Necesitar fuegos blancos entre hipnotismos rojos me aleja de las viejas casas ardientes.)

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