Sé que por fuera,
en ese mundo que entona
con sonrisas de asfixia
la descripción de su pertinaz
estado de descomposición,
los cantos de sirena siguen vigentes.
Y mi sordera, entonces, es el regalo
de algún universo piadoso
que no ha podido ser más procedente
en su sentido
de lo oportuno.
Sobre todo,
porque yo sé que los cantos
ya no son tales,
sino muecas de tristeza desmenuzada.
Y las posibles sirenas de otrora
son apenas cadáveres de plástico temblando
con el grave pulso de una angustia
que saben
terminal.
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