Movimiento Uno
Dos vidrios de una ventana se caen
en tres tardes distintas.
Cuidando alegrías desembarazadas
de vidas estropeadas
se destapan aguas
de barroco contenido.
Fuimos a buscar el salto en esos jardines
que, de verde, te dolían las retinas.
Había higueras. Había recuerdos en ocre.
Había un hubo y ya se acabó que nos dejó pensando.
Y mirándonos con cadencia seca.
Saltos no. No había.
Fuimos entonces a buscar al vidriero.
Almanaque ya teníamos.
Movimiento Dos
El balcón lo contiene y, en su emoción,
él oxida barandas a pura lágrima que sucumbe
a la ley de gravedad más que al sentimiento.
De todas maneras y de ninguna forma.
Salimos a la vereda a esperar
a que el balcón se desarme
en un manantial de grave arrojo.
La nochebuena la habíamos usado
para cortar tornillos.
Y ahora sólo esperar.
El desfile de carnaval tapó el ruido
de ocres hierros cayendo.
Al grito no lo tapó.
Y voló, junto con él, papel picado.
Epílogo
Regresamos a la higuera del jardín verdexagerado y,
ya en el atardecer,
acabamos de enterrar
el cuerpo del vidriero.
Bebimos las aguas de barroco contenido
a manera de brindis.
A manera de festejo.
Y, cuando quisimos bebernos nuestras miradas secas,
rearmamos el balcón
con el recuerdo de sus tornillos en ocre,
casi sin quererlo,
casi sin atrevernos.