martes, 5 de noviembre de 2024

Con sonantes


Lo que dicen, cuando callan,
los que se van, estando,
mientras miran, sin ver. 

Cielo, en clave de sol,
que enumera gritos, 
ahogados, vocal por vocal,
y consonantes al último
día del diluvio.

Das abasto y sobra,
toda falta en plegaria roja;
consciente escasez de un derrame,
vuelto fe, completa y ciega,
al ateísmo más sordo.

Aturdir al silencio,
de quien llega, en clave de huida,
llorando sus ojos en falta. 


lunes, 30 de septiembre de 2024

Que no vale


Puedes escribir cualquier cosa.
Lo que quieras.
Puedes, también, no ser percibido. Jamás.
Como lo que quieras.
Entonces hay una pena que no vale.
Lo quieras como lo digas.
Las espaldas no leen.
Los ojos cerrados no leen.
Y los abiertos mucho menos.

Entonces puedes escribir lo que quieras
y llegar hasta el fin absoluto de toda
pertenencia a lo vivo o lo inconcluso.
Jamás importará.
Entonces hay una pena que no vale.
Hago silencio. La acuesto a mi lado.
Y le aseguro que el sol saldrá.
Ella me cree y los dos mentimos.
Pero al menos
nos leemos
irnos.

jueves, 15 de agosto de 2024

Claveles engarzados en la Luna


Quise darte un abrazo en clave de fresa. Olvidé el otoño que sonreía desde las pantallas de tu octogonal trasplante de tejido en clave de adiós. 
Golpearon la puerta. El despertar nunca puede tener los mismos cuchillos que lo soñado. Y, desde las velas que enturbiaban tus párpados esmerilados de noches óseas, se abalanzaban en cascada fluorescente una torre de luminosos periódicos caducos, cada uno con sus propias muertes anunciadas como claveles engarzados en la Luna.

Sin ella, el café no se enfriaría, decías mientras te acomodaba la almohada blanca, de la cama blanca, de tu final blanco. No hace falta tomarlo, decía yo cerrando la puerta, con ese sonido a picaporte que se afinaba en un —volverás y no sé si estaré—. Yo no corrí las cortinas, ellas huyeron. Si te digo que la madera balsa flota, ¿buscarías un lago para que mi memoria no termine por hundirse? Y, por darle crédito a la noche, no vi la deuda que tus dedos dibujaban en la arena tibia de mis brazos. Llevame a una hamaca. No me importa si la sábana blanca tiene vértigo. Colgá mi suero en las cadenas y dejá que me pierda en el viaje. Quiero amanecer por dentro, en un péndulo que filigrana mi infancia y que le miente mi muerte al ocaso. Incluso sin café. Vos, llevame.

Grumos sentados en los bancos del pasillo. Dispersos. Con sombreros atravesados de plumas y cejas entonando himnos escarlata. Me prometí no volver, sabiendo que no me iría jamás. Como si pedirles a mis piernas un coito con la brisa zigzagueante de los pasos desechados fuera una aberración más cruel que la propia sábana blanca que soterraría tu piel transparente. 
Otro trasplante. El de un molino que tritura los granos con los que hilábamos el brillo de nuestras sonrisas y arroja esa sábana que espera. Te espera. Nos desespera. Pero el turbio y caliente anonimato pudo más que la cruz esa de madera que vigila en lo alto. 

Arrancarte cables, agujas, cánulas y licencias de familia con fecha de caducidad dibujada en la certera forma de una serpiente con somnoliente paciencia. Mirar lágrimas caídas como ojos procaces en las sábanas blancas. Abrazar, como el último piso posible del ascensor en clave de fresa. Y afuera, puerta mediante, el otoño que empuja nuestras pieles.

Nos dormiremos contando claveles engarzados en la Luna. Tenés tu café. Tenés tu abrazo. Podremos irnos. 

miércoles, 3 de julio de 2024

Vimos alces en la orilla del lago


Locomotoras silvestres adiestradas en la rara fragancia de amamantar vagones abandonados. La colina se recorta en sombra contra el ocaso y despereza un desaliño de vías en nostalgia.
Sonreír y esperar la luna. Como quien toma agua sabiendo que es el último vaso. Quizá también la última boca. ¿Y quién no besó trenes viéndolos partir?

Vimos alces en la orilla del lago. Vimos cabellos de mujer desesperada en un soneto de hierbas que besaban el fuego de la noche. Vimos entretejer vías desiertas con cantos de grillos.
La luna se recorta en brillo de paralelas que no se tocan mientras, ahí donde nace el infinito, esa luz que crece es boca, agua y beso último del vaso que dejaste para nadar junto al último de los alces.
El final de tu presencia según el lago es tu cabello hundiendo su saludo a la colina. Y luego el espejo retoma su incierta espera pálida que es manta de alces, sonetos, hierbas y noche con insomnio.
Entonces ya no sé si lo que miro a través del vaso es la luna, amamantando la locomotora que sólo conoce voracidad y partida, o es la luz del tren que ahora mismo corre colina abajo, hundiéndose para siempre en el lago que se llevó tu beso.

Ya no quedan alces que me miren con culpa. Entonces, guardo el vaso en mi bolsillo para recordar por siempre la estación de tren correcta y retomo mi camino por la ruta, repitiendo tu nombre como letanía para recordar exactamente cuándo volver.


martes, 30 de abril de 2024

Sordas uvas blancas


Los bolsillos cansados
son bocas anegadas de silencio. 
Me miran mirar y su olvido es inmóvil. (Parpadea.)
Cada mano un posible
amor imposible,
y su tener constante (sos tener, soy ausente)
de un tejido secreto y un lúgubre azote mudo.

Donde la luz no explica forma alguna (imaginarte)
nadan, en concéntricos úteros de mármol,
los motivos desmañados
que eligen el guardar, al unísono (sordas uvas blancas),
de un solo y desmembrado trino. 

Nacerán, también del mármol, 
recuerdos bustos (derramás vino imaginado),
anillados en bocas, subsecuentes
al fango azotado de aquel silencio (¿irte?).

Los bolsillos, callados,
nadan en el imposible amor constante
que fecunda esa luz inexplicable (la copa es rota),
trozando la cocción de una placenta estéril
de mármol anidada
y de su boca desmembrada (y ahora tus labios ciegos).

viernes, 19 de abril de 2024

Tren ingresando a la estación


Esperá, porque antes del salto hay que encender todas las luces. Yo espero, pero es muy peligroso tener la palabra "salto" tan cerca de la palabra "tren". No están todas las luces encendidas. Todo el tiempo esperando para saber qué es lo que hay que ver. Nada, pero está el salto y, así con el tren, es como cuando la Luna se mete en alguno de sus cuartos y no me deja verla. No es a vos solo. Pero faltan luces por encender. Y tengo que seguir esperando. Sí, porque faltan. Para el salto, digo. Sí, sos igual que la Luna. No, la Luna no salta. Ningún tren pasa cerca de ella. Yo no lo sé. Apenas encienda las luces te lo digo. La Luna no tiene luz. Nada tiene luz. Sí, el salto sí. Pero esperá que enciendo todas las luces. Yo creo que hace mucho frío para tener que iluminarlo todo. El salto pasa por sobre el calor. Pero tenés que esperar, no están todas encendidas. Lo mismo da que el tren enamore a la Luna y ella le ponga rieles atravesando sus cráteres. Vos saltarías igual. No creas, no todo es un riel en la vía, también hay leopardos caminando con paso de alfombra entre los vagones. Y por eso hay que encender todas las luces. Los leopardos saltan. Pero sus manchas no. Eso depende de las fases, en Luna llena saben esquivar el tren como si fueran abejas con alma de búmeran. Pero ningún leopardo se enciende. Y ninguna Luna. Y pocos trenes saltan. Esperá, porque antes de que salte el último leopardo tengo que encender a todos los trenes. Yo voy a dormir en la Luna esta noche. Pero falta el salto. No, es muy peligroso tener a un leopardo manejando un tren sin luces. Puedo saltar yo, entonces. Podés dormir también, si quisieras. Pero la estación está vacía. No tiene nada de malo, ni de salto, ni de leopardo, sólo el tren ingresando. Nunca encendí las luces. No veo que eso cambie nada. Sí, un tren ingresando a una estación a oscuras es lo mismo que un leopardo devorándose la Luna y luego ahorcándose con un riel de acero por la culpa. Y todo a oscuras. Y vos sin saltar. Entonces buenas noches. Buenas noches. Y que descanses. Vos también. Acordate de las luces. Claro.

jueves, 7 de marzo de 2024

Como toda señal


Te siguen.
Por el río pavimentado de señales.
Por el ruido que hacés, te siguen. 

(Un ente vacío. Hasta que alguien me hable.)

¿Cuál sería tu forma si te siguiera
a pesar
de las señales?

El pavimento es un vacío que sufre de ojos.
Te sigue. Por el ruido que ve pasar. 
Sufre la luz de señales que no puede parpadear.
Por el ruido que hacés el vacío se rebota,
(como toda señal),
en forma de pavimento. 

En el momento en el que alguien me hable,
la forma será una voluptuosa fertilidad que,
de catarata en río y de sol en ojos, 
te seguirá por el ruido que hacés
en ese pavimento que nos dejó soñar.

miércoles, 21 de febrero de 2024

La idea de vidrio


Dos moscas.
Una de cada lado de un vidrio.
Mirándose. Buscándose.
Dando pasos cortos. Pasos de mosca.
Mirándose sin entender
la idea de vidrio.
Viéndose estar y no tenerse. 

Duró segundos.
Los suficientes para que me sienta
mosca.

Y, si no volé, 
fue porque olvidé las alas
en alguna otra vida
sin vidrios.


martes, 13 de febrero de 2024

Se unta el brillo ese


La mirada del otro siempre acaba de quebrarse
en algún tiempo.
(No hay dulce que no se amargue,
explica la sal enferma antes de volver 
a su mar.)

Y la disciplina esa de contener 
la respiración, acaba por esfumar
todo diccionario
de vuelos
posibles.

La sensación esa de despertar 
como el nuevo almuerzo del
enojo caníbal 
de cualquier 
causa.
(¿Con qué tenedor se unta el brillo ese 
de haber estado al llegar?)

Y al pasar por la garganta esa del ascensor
la otra mirada sube 
lo que todo baja,
y la puerta no se detiene en el
canto de esas
pupilas.
(Iris sin filo y córnea sin melodía.)

La mirada del otro
convence escaleras de olvidar peldaños
mientras acuesta, en un susurro, 
las nuevas y mejores 
causas para deslizar,
en el impermeable 
sueño,
un plato central del siguiente desayuno.

Llorar por la luz


No quiero hablarte a vos. 
Porque no podés oír. Esa es una de las consecuencias de no existir. 

Y vos sos muy consecuente. 
Sobre todo cuando no existís. 

Además, ¿cómo desarmo un contexto en triángulos cuando todas las palabras tienen cuatro lados? Preguntarías "¿cuáles?", si existieras. Entonces, lo que no te contestaría es que son: al norte, el olvido; al sur, el desprecio; al este, el sol del sonido y, al oeste, la mentira. 

Es imposible entender tu perfume cuando no existís. Pero a veces, por las mañanas, me gusta imaginar que logra levantarme de la cama. ¿Cómo ponerse vertical cuando nunca llegamos a ser paralelas?
"Las paralelas no se tocan", rezabas como un mantra, pero nunca logré escucharte por esa manía tuya de no existir. "Es tu oído", me decías, mientras yo hacía lo posible por lograr tu existencia. 

Todo lo posible.
Lo hubieses visto, de existir. 

Luego estaba la idea efímera esa de llegar al día del fin con el contexto armado. "No son cuatro lados", era lo que no decías. Y luego, "las palabras son redondas", callabas. 
Si hubieses existido, debería de haberme planteado el perímetro de la circunferencia tomando como base el color de tus ojos. Pero ya sabemos que, en el fondo, lo que no existe no hace más que mirarnos fijo esperando algún parpadeo triangular que le ponga nombre a su niebla. 

"Porque lo peor es la noche, ¿sabés?", era otro de tus mantras que jamás rezabas, 
Y, en esa carta que nunca escribiste, terminabas: "Durante la noche, toda palabra tiene relieve de sombra. Y, al querer pronunciarla, uno sólo logra llorar por la luz."

Entonces, al no haberte escuchado, prendía las velas en silencio y fingía poder dibujarte. armando tu recuerdo con el triángulo amarillo de cada llama.

lunes, 8 de enero de 2024

Luz ciénaga


Supongamos que seas luz.
Y que cada movimiento deje 
una línea abierta.
De voz.
Y que a cada dormir seas una noche.
En cada sueño un rastro.
De sombra.

Pero supongamos que nunca sepas apagarte.
Y que a cada mirada la bese una ceguera.
De cierto color que ahoga en la sed.

Entonces supongamos párpados
como pájaros en vuelo de ofrenda.
A cada sol, tu línea abierta.
Y a cada silencio, el rastro de tu pulso
en todo lo supuesto.