martes, 13 de febrero de 2024

Se unta el brillo ese


La mirada del otro siempre acaba de quebrarse
en algún tiempo.
(No hay dulce que no se amargue,
explica la sal enferma antes de volver 
a su mar.)

Y la disciplina esa de contener 
la respiración, acaba por esfumar
todo diccionario
de vuelos
posibles.

La sensación esa de despertar 
como el nuevo almuerzo del
enojo caníbal 
de cualquier 
causa.
(¿Con qué tenedor se unta el brillo ese 
de haber estado al llegar?)

Y al pasar por la garganta esa del ascensor
la otra mirada sube 
lo que todo baja,
y la puerta no se detiene en el
canto de esas
pupilas.
(Iris sin filo y córnea sin melodía.)

La mirada del otro
convence escaleras de olvidar peldaños
mientras acuesta, en un susurro, 
las nuevas y mejores 
causas para deslizar,
en el impermeable 
sueño,
un plato central del siguiente desayuno.

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