martes, 27 de enero de 2009

Flambeando a septiembre


Él asoma por la ventana y sueña despacio. En clave. En signos. En esperada incordancia con la alquimia misma de siempre. Desapariciones de espíritu y revueltas en cada incorrecta esquina del sembrado entusiasmo que acabó en dos noches. O fueron más. nunca lo sabe. Cada recuerdo agrega capas, suma intersticios, devela requiebros, ahoga ascos.
    —Dos pasajes.
    —¿Trajo la sensación de rigor?
    —En septiembre me bajo, apenas.
    —Voy a tener que advertirlo, y bajó la mirada por vez primera.
    —Me va a obligar a matar.
    —Suena a pregunta.
    —Sonará a vacío.
    —Diga el porqué al subir y quedará en su asiento hasta que su esperar estalle, sonrió.
    —Lo dicho.
    —No es ninguna estridencia. La formación se pone en marcha y cerramos a las ocho.
    —Juega con luces de almíbar. No pretenderá que...
    —Hay más gente a su espalda, va a tener que ceder al callar.
  —¿Me garantiza el estoicismo?, ¿me extiende póliza de silencio?, ¿acabará de infectar la resurrección de una turbia vez? (breve suspiro de largo cansancio).
    —Buenas noches. Partimos.
    —Será en septiembre.
    Desmadeja claves y toma asiento mientras la formación se mueve. Abre un diario sin fotos ni fechas y coloca sus manos en dos o tres pareceres que concurren puntuales. Habíamos quedado en eso. Muchas gracias.
    Y el suelo crepita bajo su cuerpo. Y el suelo arranca. Como flambeando el cimentado rol de su existir en un juego remoto de gran importancia. Mira el diario y en página dos un ayer oculto bajo propaganda de jarabe le cuenta que perdió el juego hace tanto que ni juego había al perderlo. Él asoma su sonrisa por la ventana y duerme despacio. Septiembre espera. Septiembre espera y agosto apura su trago de beneficencia rota para caer en página catorce, junto al partido del sábado a la tarde. Agosto se le encripta en sus costillas y ya su respiración bastardea el paisaje en inútil movimiento sincopado, una delicia armónica que ronronea al lado de la lejana bocina de la formación.
    Dos asientos más allá, el clon fumado de Fred Astaire le cuenta al vagón todo que ejecutó tres cuadros de Broadway bailando sobre la cuerda floja que unía el Kavanagh con una antigua iglesia sumida en el incienso. Estallan los aplausos grabados desde un disco mientras tres asientos se desocupan a puro pasajero muerto, a puro caer en las vías mientras sigue durmiendo su vigilia de página veintidos, política exterior y mayoristas de carne. Agosto se le despereza en sus amigdalas y el aire es un raro recuerdo de un viaje exótico, una fragancia de eucalipto, de violetas de noviembre, de soles y siestas, de la voz de su madre pidiendole que duerma ya.
    Cierra el diario y, en la contratapa, un calendario ensombrecido de reflejos amarillos le canta que el dormitorio ya está en penumbra, que las sábanas son limpias, la almohada blanda y el sueño eterno. Ni mira el mes del calendario. Cerramos a las ocho, le dijeron.

2 comentarios:

  1. Esto es algo que yo me pregunto siempre que quiero volver a casa en Subte: Cómo es posible que un transporte público cierre tan temprano?

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  2. Laviga, acá no se habla de transportes ni de cierres púbicos. Además, ¿para qué volver a casa?

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