se sirven la luna nueva
en descarne, contingencia
y albedríos deshoradados.
¿Veré llover mis ojos
en la ausencia del sol párpado?
Voy a correr las cortinas,
antes de que el ocaso horade
la enarbolada espada
del día perpetuo.
¿Veré llorar de enojo
a la esencia del sol bárbaro?
En antros tibios,
de ciegas luces infinitas,
se endereza la cadera
el devenir del tiempo,
y la médula estival,
en una dulce tangente,
copula con ambos trópicos
ventanalmente horadados.
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