lunes, 14 de diciembre de 2020

Estructuras de hierro oxidándose


—Yo no veo el cuerpo o la materia, yo sólo veo la sombra —me dijo cuando ya era inevitable entender que iba a llover. Miraba el cielo y todas las nubes hablaban de una mínima cuestión de tiempo. Él, también.

—Pero eso es lo menos importante, o en todo caso es sólo el comienzo, porque las sombras no conocen el tiempo. Puede ser que el objeto que las proyectó ya no esté, haya partido, o incluso esté enterrado, lo que sea, pero la sombra sigue igual. No muere la sombra porque tampoco vive. 

Todo alrededor estaba inmóvil. ¿Cómo entender el paso de algo en ese paraje? Si al menos hubiese estado el sol cayendo, o algo similar. Pero las nubes son estáticas. Y la lluvia es algo que duerme en el futuro. Si se abriera la tierra debajo, podría ver raíces que creen conocer mi pasado. 

—No sé a qué le hablo, porque ninguna sombra contesta. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que sé que escuchan. Lo escuchan todo. Lo entienden todo. Y... —se detuvo como si buscara su respiración—, y yo no sé qué hacen con todo eso. Lo saben todo y resignan cualquier tipo de relieve. Lo saben todo y se despiden de la luz que las parió sin un sólo ademán. 

Me acerqué, sin notarlo, a cuatro esqueletos de hierro un poco despintados. Me quedé mirando. Había algo obvio, algo evidente, pero se me escapaba. Hasta que las primeras gotas comenzaron a ubicarse en los lugares asignados por el tiempo y se fueron formando irregulares círculos oscuros en el hierro. 

—Claro que materia, objeto, cuerpo y todo eso se puede tocar, a diferencia de la sombra. Pero... la materia paga con la muerte el precio de conocer el tacto, y en cambio la sombra vive una eternidad sin el dolor de ningún desgarro. 

El óxido. Los hierros de esa especie de estructura rectangular abandonada se estaban oxidando, y las gotas de lluvia que caían delataban de a poco ese óxido, ennegreciendo ese anaranjado enfermizo que reptaba lentamente. En ese momento puse la mano sobre uno de los hierros y surgió la epifanía. El óxido es el tiempo. Nada delata de manera tan ineludible la presencia del tiempo en huida como el óxido. Si hay óxido tuvo que haber tiempo. 

Lo miré, pensando en comentarle esta revelación pero, al ver sus párpados entornados en una amargura filosófica, entendí que sería inútil. El óxido no tiene sombra.

2 comentarios:

  1. Encuentro en tus palabras, con frecuencia, la necesidad de hacer comprensible algo que se nos escapa. Como si quisieras atrapar lo inefable, hacerlo tangible y ponerlo después a nuestros pies como un regalo maravilloso de valor incalculable.
    Se agradece, amigo, el esfuerzo sobrehumano.

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  2. Gracias por el cariño, amiga. No sé si es sobrehumano, pero lo que si confieso es que resulta divertido. Jugar con las luces y las sombras de lo que sabemos o imaginamos, retorcerlo, pervertirlo, negarlo y confirmarlo al unisono...
    Puede que sea una forma de venganza contra esa tonelada de ignorancia que nos acompaña de por vida.
    ¡Gracias por pasar!

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