Refinamiento. Desesperación. Canto encerado que se expande como seda desde gargantas hasta su inevitable reflexión en paredes. Y cada palabra que fue cantada colisiona con el inveterado obstáculo, que ni siquiera nació para esperarla, y que golpea, troza y devuelve algo parecido en sílabas, pero jamás igual.
Refinar no es adiestrar en la forma de colocar los brazos, o cuándo es indicado el movimiento casual de la mano que indica aprobación, solías decirme. Refinar es llegar a ver lo que no hay allí en donde no hay ningún canto por ver. ¿Desesperación por escuchar? Porque las paredes no escuchan, su reflexión no requiere de la vista, decías también entre sorbo y sorbo de té.
Pero yo sí lo recuerdo. En el último junio que pasamos en la casa. ¿Hablás con lo inanimado, con lo que ya partió de este tiempo?, te apuraste a corregirme. Sí. Y son conversaciones más refinadas que la continua desesperación que armoniza el canto de las que mantenemos los aún animados. En el último junio, decía, aquellas paredes que ya han fallecido acertaron a mostrarme su memoria, todo lo que recordaban, guardaban, atesoraban. Cada una de las palabras pronunciadas, en canto, voz, susurro o insulto. Ellas las tenían todas. Entonces entiendo un poco mejor que ya no existan, dijiste terminando la taza de té.
Si la desesperación acabará devastando, por el pánico de poder escuchar, a todo recuerdo posible, quiero pensar que no estás guardando ninguna de nuestras vidas, ninguno de nuestros junios ni tampoco la más leve armonía que nuestras voces hayan entonado junto a algún fuego. No, respondiste con lo ojos absolutamente endurecidos.
Y agregaste, antes de levantarte y salir de la sala, yo quiero sobrevivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario