viernes, 18 de abril de 2025

Un salvaje crimen contra Flora


—No sé por qué hay que escribir.
—No hay que escribir. 
—Si no escribo, no estoy.
—No hay que estar.

(La descomposición entra en escena con un ramo de flores que piden auxilio sin saber que ya fueron cortadas por la mañana, mientras la lluvia se preguntaba cómo realizar un caligrafía de pétalos que justificara su mirada turbia.)

—Por ese camino no llegamos a ningún lado. 
—No hay que llegar a algún lado. 

(En la banda de sonido tejida al telón púrpura, las cuerdas llegan a un clímax que las sume en un silencio de jadeo, dejando a la sección de vientos corrigiendo la caligrafía de la lluvia con acentos sincopados que se acuestan en el proscenio y simulan un cuadro de ardientes velas oblicuas que increpan al viento por haber cortado las flores.

—Pero allí están las preguntas. 
—Las preguntas lo detienen todo. Son la fórmula para que nada se mueva. 

(Del fondo del camión estacionado en la entrada, se desprende una luz violeta que lacera lentamente los pasillos alfombrados con caligrafías de desencuentros y acaba por rebotar en forma coreográfica entre los espejos del hall de entrada, tapizado de fotos y canciones de diciembre, simulando ser un ramo de violetas vespertinas que arrancan media fila de butacas para plantarse en la espera de su riego.

—Sin preguntas nunca sabremos.
—El saber está en la respuesta, no en la pregunta. 

(Abrazada al telón, sobre el margen derecho, la descomposición repasa su letra sin saber que en su guion sólo hay números y que, además, al ser todos números primos no podrán procrear y darle un segundo acto que redima su salvaje crimen contra Flora. Lee, ensimismada y, a su alrededor, la carne regresa al hueso, el hueso a la tierra, la tierra al polvo y el polvo a la pregunta.)

—Pero sin preguntas las respuestas no existen.
—Por eso escribir es coleccionar una cantidad de respuestas a preguntas que nadie hizo. 

(Las violetas, desde su media fila de butacas, se ponen de pie y aplauden a rabiar en una pirotecnia de polen que convierte en terciopelo sus alrededores. Y todo sin saber que el camión sigue en marcha, estacionado en la entrada y congestionando angustias de diésel por su soledad, ya sin luces.

—Entonces no hay necesidad de leerlas. 
—Nadie lee. 
—Pero se hacen preguntas. 
—Por eso nada se mueve. 

(Escucho al último de los matafuegos verdes caer al piso en la lejanía del pasillo violeta. Sé que la voracidad de las velas oblicuas consumirá todo en apenas un cuarto de hora. También sé que, en ese mismo cuarto, se refugiarán los minutos violetas que sienten una nostalgia ya irreparable por su camión en marcha. Y que la descomposición atravesará corriendo el escenario para sumergirse en la escalera que lleva al sótano, donde la lluvia duerme, sin pensarlo ni quererlo. Y sin hacer preguntas.)

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