lunes, 14 de abril de 2025

Saberse


La noche como ese filo arrepentido que elige quedarse del lado de la caricia, renegando del corte, la herida o la división certera entre lo sufrido y lo olvidado. Sostiene a quien elige habitarla con una voz propia que es luz vaciada de sombras. Y esas luces conversan mudas durante la noche. Se saben. Se miran ciegas pero se mantienen en la cercanía de un tacto que va enderezando las huellas digitales para que esos vientos que levantan bolsas y papeles de las calles no invoquen miedo.

Bajo el marco de la puerta de incansable madera verde creí ver mis nueve años. Parado en la espera grácil de todo el resto de los años por suceder. Pero sin alejarse del marco verde, como si sólo allí debajo el tiempo pudiera ser controlado. No me hablaría ni me acercaría. Cuando el tiempo juega con nosotros adquirimos la solidez de una burbuja. Dos palabras y una mirada mal echadas y todo nos desvanecerá. Por eso sólo mirar y ni siquiera llevarme la seguridad de ser, ni tampoco preguntarle a la noche si el verde de aquella puerta está labrado en la sonrisa de su oscuridad o en la lejanía de mi sueño. 

Varias cuadras antes del amanecer, subo el cuello de mi abrigo para que los años no se coagulen en mi cuello mientras camino de regreso a mi vespertina soledad. Era mi verde, lo sé. Eran mis nueve años, estoy seguro. Pero me iré a dormir sin repetirlo, puesto que la noche no permite que ningún delator llegue vivo al amanecer. 

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