sábado, 20 de agosto de 2022

A los que tengan que irse


Grabó el sonido de las rayas que las uñas dejaban sobre el bordado.
Luego colocó el cassette en un sobre. Lo enviaría por correo. Había un perro en la estampilla, pero la empleada de la oficina postal lo confundió con una ballena. No paraba de reirse. Tomó el ticket, luego de ahorcarla, y abandonó el lugar. Apretó el ticket en su bolsillo.A su espalda dejaba una creciente conmoción por las risas acabadas sin vida en el piso, mientras él apuraba el paso. Apretó el ticket. Temía que usen la excusa de la empleada para no enviar su paquete. 

Grabó el sonido de la aguja atravesando las rayas en el bordado.
Guardó el cassette en su bolsillo y se dirigió a la estación de tren. Pidió su pasaje hasta ella. 
—¿Ida y vuelta?
—No.
—Eh... ¿ida solo, entonces?
—Sí. Voy solo.
—No... quiero decir que el pasaje es sólo de ida.
—No. Quiero mi pasaje de vuelta. 
—Claro... pero el pasaje de vuelta lo tiene que sacar en destino. 
—Yo no tengo destino. 
Metió su mano entonces por el mínimo agujero semicircular de la ventanilla y le dejó el cassette a la empleada del lugar. Sobre los billetes que había pagado. Ella lo miró alejarse con las manos en los bolsillos y apenas pudo mirar el cassette durante tres segundos, justo lo necesario para que explote en su mano y todo alrededor se tiña de rojo y de carne. 

Grabó el sonido del hilo que bordaba el aire cuando enhebraba la aguja.
Colocó el cassette en un sobre y lo llevó al correo. Había otra empleada. Ya no reía. Esta vez había un ciervo en la estampilla y él acarició los bordes de sus cuernos. La empleada le habló sin mirarlo. 
—¿Envío simple?
—¿Sabe?, viví algunos años en el Tíbet y aprendí a leer el destino en los cuernos de los ciervos. 
La empleada lo miró y miró su dedo acariciando la estampilla. Eligio el silencio. 
—Usted pasó su lengua por esta estampilla, para pegarla. ¿Entiende?... su saliva le dio vida a este ciervo y ahora, en sus cuernos, puede leerse su futuro. 
—¿El mío o el del ciervo?
La miró directo a los ojos, con la importancia que tienen todas las últimas veces de las cosas.
—El del ciervo. Usted no tiene futuro. 
La primera puntada en el pecho, su mano desesperando el vidrio de la ventanilla y su otra mano tirando al suelo todo lo del escritorio. Ya asistían en el piso a la empleada que dejaba de respirar cuando salió de la oficina postal conversando con el ciervo. 
—¿Te parece que esta vez llegará?
—No. 
Lo dejó en una parada de taxis y se alejó caminando con las manos en los bolsillos. 

Grabó el sonido del bordado rayando el aire tenso por los hilos sostenidos en las uñas.
Guardó el cassette en el bolsillo interior de su saco. Luego, arrodillado en el confesionario y mientras las maderas crujían tan leves como el incienso que se movía en el aire de la iglesia, le dijo al sacerdote:
—Tiene que escuchar esto, padre.
—Claro, adelante.
Entonces le deslizó el cassette por la ventana de madera enrejada. 
—No entiendo... ¿grabaste tu confesión?
—No lo sé. Quizá me haya adelantado a confesarme antes de pecar. 
El sacerdote miró el cassette en su mano y mientras pensaba qué responder o qué preguntar, percibió que el hombre se alejaba por el centro de la iglesia con sus manos en los bolsillos. Dieciocho segundos más tarde la torre del campanario caía sobre el cuerpo del sacerdote ya sin vida, producto de la explosión y del derrumbe. 

Mientras caminaba por la calle y se escuchaban las primeras sirenas, el teléfono le sonó en el bolsillo. Lo tomó, miró el número y sonrió emocionado. El correo había llegado a destino.

2 comentarios:

  1. Eres críptico de maneras deliciosas.

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    1. Gracias, amiga. Es lindo jugar. No siempre hay que presumir de tener una historia, a veces se puede jugar a tenerla, sin que nadie, ni el propio autor, la conozca de verdad.

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