viernes, 19 de agosto de 2022

De un abismo sin párpados


Todo hace pensar que es una iglesia. No podría ser otra cosa. Si no lo fuera, sería una imitación rudimentaria y afectada. Pero es una iglesia. Quizá ya no ocurran las cosas que solían ocurrir en una iglesia, pero para nombrar "el lecho seco de un río" hace falta la palabra "río". Entonces, iglesia.

Unas mesas de piedra oscura, amplias, esparcidas por toda su nave, ocupan el lugar que normalmente tienen los bancos de madera lustrada por fieles roces de siglos. Cuesta distinguir el recuerdo de quienes se han arrodillado allí. Si hubo bancos (y rodillas) ya no se advierte. 

Son mesas en donde hay una sola persona sentada. Y sin embargo no parece sobrar nada de toda esa piedra vacía. Se sabe que está ahí para algo. Y ese algo rodea a la persona sentada así como el trueno previo a la lluvia nos murmura que busquemos un techo. Hay, sobre la mesa, una pieza que podría ser de ajedrez. Desde mi lugar creo ver un rey, o una torre, quizás imagino un alfil, pero de ninguna manera lo es, por eso lo imagino. Tampoco son piezas de ajedrez y nadie está jugando. 

Gente que camina entre las mesas va recogiendo esas piezas. Sé que es gente de la iglesia, que no es iglesia, y sé que se retiran las piezas luego de que la persona sentada haya finalizado lo que debía realizar. En todo el salón la actividad es la misma y rutinaria. Oscura (podría haber luz de candelabros, pero no la hay) y silenciosa como si se tratara de un sueño apurado. 

Se percibe siempre la sensación de pérdida. Sin mirar cada pieza ni cada rostro, se entiende fácil que sólo se acaba si se acaba perdiendo. Y le retiran la pieza de ajedrez (que no es ajedrez) de la mesa, en un gesto de final que, por la falta de condena, vuelve la soledad más cruda. Algunas personas quedan allí, otras se levantan. Quizás simplemente se borroneen en la oscuridad y deshilachen ese cansancio silente perdiéndose luego de la pérdida, sin haber logrado jamás eso que la pieza que les tocó en suerte les proponía. Porque lo que les toca siempre es en suerte, jamás es debido.

Desde donde observo (el sueño ciego de un abismo sin párpados), sé que no tiene ninguna importancia saber de dónde proviene la voz (que no es voz) ni de quién se trata. Y mucho menos entender cómo no logra quebrar el silencio de las piezas mudas arrastradas en las mesas.
—Pensar que si un solo movimiento, uno solo, fuera a dar con el espacio indicado para alojar la idea de ganar, el colapso sería tan brutal que nadie jamás se enteraría. Al fin, no se trata de perder. Ni siquiera de jugar. Se trata de cuidarse de no ganar jamás. 

Mientras su última palabra se deletreaba en el abismo que me abrigaba, pude ver cómo retiraban una pieza y cómo un hombre se levantaba encorvado, rozando la piedra de la mesa con el puño apenas cerrado. En breve habría otro sentado. Otra pieza. Otro hacer. Otra pérdida. No pude sentir la perversa alegría de no participar de esa mecánica de piezas, piedras, gente, movidas, pérdidas. Y digo que no pude porque apenas lo pensé una pieza apareció delante de mi.

2 comentarios:

  1. Ya estoy otra vez enganchada a tu espacio.

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    1. ¡Muy bueno eso!... he recuperado el cincuenta por ciento de mis lectores. Ahora me falta el otro cincuenta...
      Gracias, amiga. Abrazo grande.

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