lunes, 27 de julio de 2020

La mirada de Caravaggio

        
La sombra de la planta consiente el pedido de la luz. Le permite correrse esos dieciocho milímetros que necesita para ver las piernas del hombre que está parado en el andén. La sombra de la planta se queda inmóvil, pero sabe que debería haberse movido. 
La luz, dieciocho milímetros más allá de lo que cualquier ley física le permitiría, mira a la sombra de la planta y le señala el sonido que se acerca. La sombra de la planta asiente despacio, manteniendo su lugar. El sonido se acerca. 
La luz oscila irreverente en el milímetro diecinueve ahora, porque las piernas del hombre se han movido. Apenas. Como sincronizando el sonido que crece. 
La luz vuelve a mirar a la sombra de la planta y parpadea nerviosa, aunque nadie allí lo advierta. El sonido se siente encima de los contornos grises del andén. La luz pliega dos reflejos en forma de rezo y le pide a la sombra de la planta que resista en el lugar. La sombra de la planta calla, inmóvil. 
El andén comienza a borronearse con el sonido que lo penetra malsano y filoso. La luz sisea fuera de toda razón física. La sombra de las piernas del hombre se mueve, lógica y rígida, junto a los pasos del hombre que busca el borde del andén. La luz siente el palidecer de un "ahora o nunca" y se lanza más allá de todo respeto por la ciencia. La sombra de las piernas del hombre siente el desgarro incomprensible de una luz que la mueve, sin que su voluntad lo pueda impedir, y arrastra consigo a las piernas del hombre que, a un paso del borde del andén, cae hacia atrás, sentado, al mismo tiempo que el tren que ingresa a la estación pasa a pocos centímetros de sus suelas.

Jamás entenderá por qué no ha podido tirarse a las vías del tren. 

Excitada, casi vuelta humilde relámpago, la luz regresa a su lugar correspondiente, milímetro cero, lugar que debe ocupar para la sombra de la planta que adorna la estación. La planta respira aliviada al fin y le escucha murmurar a la luz: "la materia va donde va la sombra, y ésta, donde va la luz", y sonríe, sonríe porque la conoce y le conoce su vanidad. 
El hombre, aún confuso, abandona la estación dejándose llevar por la oscuridad de las calles. Sus piernas nunca le contarán la verdad.

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