domingo, 14 de marzo de 2021

Siguiendo con el ventilador


El último adjetivo que le escuché esa noche fue huracanado. 
Luego de un silencio en el que se entretejía el murmullo improbable del televisor encendido, miré el ventilador girando solo en ese rincón apartado. Muy lejos. Muy inútil. Por más que girara con una prolijidad casi obsecuente, sin fallar una vuelta ni desfallecer jamás de cansancio, el aire no llegaba, el agobio de febrero podía más. Aún me preguntaba para qué servía cuando ella se llevó el tenedor a los labios. Miraba su plato en silencio y comía. Siguiendo con el ventilador, luego entendí que la inutilidad de su entusiasmo por mover el aire tenía mucho que ver con el esperpento anímico que armábamos los dos solos en esa sala. El aire no se movía. El ánimo no giraba. El silencio nunca logra refrescar nada cuando ocurre entre dos. El ácido ruido de su tenedor contra el plato parecía el segundero paranoico de un reloj que nos determinaba. 

—¿A qué?
—A volver sobre nuestros pasos hasta encontrar el frío —le respondí.
—Como si hubieran quedado huellas...

Como quien descubre una infidelidad que roza la grosería, noté que un delgado mechón de pelo se le agitaba apenas sincronizado con el vaivén del ventilador. Ella recibía el viento. O al menos su pelo lo recibía. O parte. Sentí la traición con toda claridad, pero no supe de quién de los dos provenía. 

—No se trata de buscar a tientas algunas señas, algo que casi me resisto a llamar huella, por supuesto. Se trata de crearlas, directamente. 

Luego de eso que dije su tenedor chocó casi imperceptiblemente más fuerte contra el plato, como si eligiera responder con ese tintineo breve y seco. 

—¿Y si llamamos a un dibujante? —dijo ella dudando sobre su plato.
—¿Para?
—Llamamos a un dibujante y le encargamos sendas caricaturas nuestras. Y nos sentamos acá. Para siempre. Nos sentamos acá, delante del viento del ventilador y envejecemos mirando cómo nuestras caricaturas viven por nosotros. Cómo aciertan y equivocan vidas. Cómo se le aja el papel y se les amarillean los colores mientras nosotros preservamos nuestras pieles haciendo silencio. ¿Sabés?, en el silencio nada envejece. 

Ahora giró la cabeza hacia el televisor que seguía murmurando la nada. Entendí que esconder sus lágrimas era su forma de avisarme que estaba llorando. En esa posición, el viento traidor del ventilador le agitaba más de un mechón de pelo. Se me podría decir que era algo casi invisible, que era muy poco probable que alguien que no fuera yo se percatase de eso. Sí. Y yo era otro tanto. Sin percibir el viento no podía asegurar que existiese.

Antes de perder la conciencia por completo, noté que el plato entendía muy bien la corriente de aire del ventilador y se elevaba con una felicidad desconocida para él; también que el televisor lanzaba colores mudos y se multiplicaba en pedazos que no llegarían a ser televisor pero lo intentaban, que las sillas cambiaban de lugar sin preocuparse por caer paradas y por fin, antes del último fundido a negro, entendí que el último sustantivo que le escuché esa noche semejaba mucho al sonido de mi nombre.

2 comentarios:

  1. Describís una escena que puede suceder en cualquier lugar, bajo cualquier techo, en cualquier momento. Pero ese mechón de pelo, esas lágrimas... son únicas, una belleza. El viento estaba en su interior y le urgía salir y simplemente se entregó. Y el ventilador esparció lo que quedó de ella.

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    1. Gracias, amiga. Gracias por la lectura y por pasar. Me hiciste releerlo y le encuentro algún aire propio... pero bueno, como vos decís, es una escena que le aplica al interior de cualquier techo.

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