sábado, 24 de mayo de 2025

El desguace de la entropía familiar

Acabo de contar la hierba muerta, atravesada por las espinas acanaladas de las palabras que dejaste flotando en la última navidad.

Ve hacia el horizonte. Ya es otoño. Y el bajorrelieve que tus muslos hincan en el parecer de los suelos callados no permite cerrar los cajones que ocultan el desguace de la entropía familiar.

Pero el león que bajó de los cielos ha quedado hipnotizado mirando tu pelo. Tengo más miedo de desenredarlo que de despertarlo. 

Puede que haya bajado de los cielos, yo no niego lo divino ni mucho menos aquello que proviene de espejos que se amnesian a la hora de reflejar cualquier poniente, por más absurda que sea la circunferencia del sol y su afección por ser dibujada con tallarines pasados de cocción, pero tampoco puedo dejar de ver, entre sus garras, parte de la hierba muerta. Y las palabras las sabés de memoria. Así como la llegada de la navidad. No se te puede caer del cajón un año nuevo colorado sin que acabes por angustiar al león de los cielos. 

¿Por qué no reconocer, acaso, que lo que inflama tu verba enhiesta no tiene nada que ver con desiertos de hierba occisa por cualquier llanto pasado de cocción? ¿Por qué no admitir que la savia que recorre mis muslos, engamados con el sonido que emite la Vía Láctea al tragar su ensalada de hierbas en otoño, es tan paralela al derrame del rojo y sinuoso acervo familiar que desciende del cajón, transversal a mi seno y oblicuo en su apertura?

Porque todos sabemos que dormís abrazada con el león de los cielos, en un cajón vaciado a medias de antiguos estrépitos rojos, que nuestros cinco abuelos dejaron a fuego lento en la última navidad sin palabras. Y sin espinas. Y con la sombra de lo rojo siendo negra en la luz y desfilando como un ceño fruncido de hormigas que bajaran a la Vía Láctea a reclamar por su mutismo, o su incapacidad para jugar al tenis, pero reflejando, eso sí, el delineado corpóreo de tus muslos de año nuevo en el armario que le da vida al cajón.

La palabra cajón suena, en tu boca, como ataúd.

Mejor así. El león de los cielos no vivirá por siempre. Y todo pelo acabará por ser desenredado en el final de la Vïa Láctea.



Imagen: Salvador Dali, Spain, 1938

2 comentarios:

  1. Las piernas... (¿muslos pensantes?) Veo en ellos el rostro envejecido de la espera, tanto andar... ¿para qué? Ojos cerrados ¿a un presente sin contenido tal vez?, bajo cejas enarcadas. El valle del olvido, de la memoria sin futuro (abrazada a un pasado, ¿como única esperanza de ser?), de un recuerdo que solo yace donde las yemas de los dedos señalan su tumba. Un rostro mudo, allí donde la vida se estremece. Mis ojos sobre tu texto, un cuadro más (¿recreado?) de los que interpretas con un ingenio extraordinario. Gracias. Sigo en primera fila. El espectáculo debe continuar. Un abrazo.

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    1. Bueno, bueno... querida Amiga, creo que ya seremos dos "dialogando" con el amigo Salvador. Todo lo que te ha salido es ya un texto en sí mismo, (lo veas o no... ya sé que comenzaremos a pelear, ja) y de una profunda reflexión de mirada. Me alegro mucho, te felicito y ojalá que se esté despertando algo allí, en esa pluma inquieta y maravillosa.
      Gracias por pasar, por leer y por el cariño, Siempre. Abrazo enorme.

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