miércoles, 14 de octubre de 2020

Hambre ultravioleta


En un principio se mira al hombre, pero luego se entiende que sólo es posible ver al hombre cuando la mirada pasa a través de él. Sólo el ir más allá del hombre vuelve posible el verlo. De esta manera, entendemos que el hombre no es un cuerpo opaco sino translúcido. Entendemos, así, que deja pasar la luz pero no ver nítidamente, tal cual la definición de la palabra.
Así, entonces, como ocurre con todo cuerpo translúcido, si la mirada atraviesa un cuerpo brillante llegará al otro lado en forma brillante, y si el cuerpo en cuestión tiende a lo turbio, se egresará de esa mirada con un efecto óptico más ligado a la confusión (aunque en este caso cabe aclarar que dicha confusión dista de la oscuridad, otro ítem completamente distinto).
En el caso de la denominada "transparencia de último grado", en la que el cuerpo, si bien naturalmente translúcido, posee una densidad tal que permite ser atravesado sin ningún tipo de refracción (esto incluye el espectro completo de colores e incluso el espectro de frecuencias de los sonidos audibles), se da el caso paradojal conocido como "mirada en espejo", en donde el sujeto observador no llega jamás a ver al hombre propiamente dicho, si no que sólo advierte su propio reflejo cuando la mirada le es retornada. Se reconoce a este grado extremo de transparencia como algo singularmente nocivo para el entorno, y la tendencia es efectuar algún tipo de contaminación controlada en el cuerpo del hombre, para que logre un sano grado de opacidad que permita a la mirada atravesarlo y llegar al otro lado con una también sana transformación.
La refracción emocional que la mirada experimenta al atravesar el cuerpo es la responsable, en última instancia, de la construcción del así denominado "prejuicio refractario de la sana opacidad", manifiesto último y socialmente lúcido que permite una convivencia de cegueras felices y reflejos de notable desarrollo personal (también conocidos y estudiados, en algunos casos, como "infrarrojos fronterizos").

9 comentarios:

  1. y ya de paso, que vengan esas cegueras felices :)
    (yo creo que soy opaca)

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  2. Tampoco estemos alardeando de opacidades cual si un laberinto de espejos se hubiera enamorado del más cruel terremoto... mire que nunca falta una transparencia rapaz y desaprensiva que va y manifiesta, así como quien no quiere la cosa, que "el rey está desnudo" (por ser piadoso con la nobleza, claro está).
    ¡Gracias por pasar!

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  3. Oh, siempre sucede igual: me embelesas con tus palabras y haces que pierda el hilo. Quién es el rey?

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  4. Pero... caramba, ¿veis mucha gente desnuda a tu alrededor?

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  5. Perdón, saliendo de la inevitable broma, lo del rey hace referencia a ese cuento famoso de Andersen, "El rey desnudo" o "El traje nuevo del emperador". Y la analogía es que, a veces, alguna transparencia mal avenida puede acabar por producir lo del cuento, es decir, que no veamos en nosotros mismos lo que todos están viendo a nuestro alrededor.

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  6. Por otra parte, aquello del laberinto de espejos, bueno... ¿qué es un espejo si no la más narcisista de las opacidades? ¿Y qué le haría el más sutil de los terremotos a un laberinto de espejos sino reducirlo a esquirlas, o sea, astillas de nostalgia narcisista de alguna opacidad que supo ser y ya se opacó.

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  7. Conozco el cuento de "El traje nuevo del emperador", siempre me encantó esa historia. Y entiendo la analogía, pero no había visto la opacidad como narcisismo, sino como algo opuesto a la inocente transparencia.

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  8. ¡Ahí está!, ahí radica el objeto de denuncia del texto. Usted lo ha dicho: "inocente transparencia". A eso vengo yo aquí, a denunciar que ninguna transparencia es inocente, más bien todo lo contrario. Prestar atención a esta parte: "... se da el caso paradojal conocido como "mirada en espejo", en donde el sujeto observador no llega jamás a ver al hombre propiamente dicho, si no que sólo advierte su propio reflejo cuando la mirada le es retornada."
    ¿Se entiende?, la transparencia no es inocente, carga en sí misma el artero aguijón de no revelar lo que se está mirando y, a su vez, voltear nuestra mirada hacia nosotros, con lo tóxico que eso puede llegar a ser.

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