lunes, 5 de octubre de 2020

No duele


Pienso.
Que no sé por qué camino solo al costado de esta ruta. La conozco. No es un lugar extraño. Y sé hacia dónde voy. Pero pienso en que camino solo al costado de esta ruta y no sé por qué. De dónde vengo. Pienso de dónde vengo y también lo sé, pero elegí no pensarlo.

Camino. Las luces en el cielo van cambiando muy suavemente de color. Se van apagando. Y luego renacen. A veces coincide cierto frío en el cuerpo con ciertas luces que no son del cielo. Son de la noche. O son de quien las enciende. Y el sol, que no es una luz, que es una mirada en la que no pienso.

Sería fácil pensar en que estoy perdido. Pero sin embargo conozco esta ruta. Conozco las cosas que están sobre ella y a su costado. Pero no conozco mis pasos, porque son distintos cada vez. Es un mirar de sol, es una luz que no tiene que ver con el cielo y que nombra cada cosa. Árboles. Casas. Campo. Tierra. Alambrados. Animales. Negocios. Ruta. Caras. Autos. Caras dentro de los autos.

Y el ómnibus que se detiene en la parada por donde yo estoy caminando. Lo miro. Una ventanilla se abre y la cara de un hombre se asoma. Me mira. Saca un brazo fuera y me lanza un cuaderno. La ventanilla se cierra. El ómnibus arranca. Veo sus luces rojas alejarse y algo de polvo que las ruedas levantan, retomando el viaje sobre el dorso de ese animal fantástico que es la ruta cuando duerme.

Me doy cuenta de que miro el ómnibus hasta que la figura se deshace sobre el horizonte. Y que lo miro con el cuaderno aferrado contra mi pecho. Pasan más autos, pero mis piernas siguen quietas. Las luces en el cielo siguen quietas, aunque no las mire. Abro el cuaderno. Paso página por página de la primera hasta la última. Todas sus páginas están en blanco. Salvo el último renglón de la última página en donde está escrita la palabra olvido.

Todo un cuaderno en blanco. Y yo conozco las cosas que están sobre la ruta, al costado, por delante. Pero no sé por qué camino solo. Sería fácil pensar en que estoy perdido, pero todo se resume a la cara del hombre que abrió la ventanilla. Una sola palabra en todo un cuaderno en blanco. Mis piernas vuelven a delinear el ir continuo de la ruta. Camino.

Cambian mucho las luces en el cielo antes de que las luces del pueblo próximo se acerquen. Se me sube algo de tibieza al cansancio frío, porque pienso en que voy a poder parar en el pueblo y descansar. Ahora que entendí la cara que se asomó en el ómnibus, también entendí que el cuaderno en blanco que llevo en mi mano está completamente escrito. Voy a detenerme, entonces, en el pueblo y voy a sentarme a descansar. Tengo que abrir el cuaderno y leer todo lo que he estado escribiendo.

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