lunes, 28 de septiembre de 2020

Simulaba creer


Entré a la iglesia.
No era grande, pero tenía un altar y con eso bastaba. La luz de la tarde atravesaba los ventanales y me respondía que todo estaba ahí.
Me senté en el primer banco. Había algunas personas dando vueltas, curas, monaguillos o algo así. Simulé rezar. Creo que recé, incluso. También simulaba creer. Al fin se retiraron y quedé solo.
Me levanté y fui hasta el altar. Una especie de mantel blanco lo cubría por completo. Estaba vacío. Me coloqué por detrás, de cara a la puerta de entrada, de cara a los bancos. No se veía a nadie, ningún movimiento. Sólo la luz y esas respuestas.
Saqué entonces a mamá del bolso que había llevado y la coloqué sobre el altar. Había unas velas muy grandes a los costados del altar y las llamas oscilaban como si alguien les hablara. Me quedé un rato mirando fijo el altar. Simulé estar pensando en mamá. Creo que pensé en ella, incluso.
Luego me acerqué y tomé ese mantel blanco que lo cubría por las puntas y lo alcé, cubriendo a mamá y dejando la parte inferior del altar al descubierto. A pesar de la luz, el final había llegado: tal como esperaba, nada sostenía el mármol superior del altar, por debajo de él sólo había aire, flotaba en el vacío.
No quise llorar, pero mientras tomaba una de las velas y caminaba hacia la puerta, sentí cómo las lágrimas se me caían de la cara.

2 comentarios:

  1. Parece que es así, que todo contiene un descubrimiento,
    una sorpresa, una confirmación.

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  2. Sí. Se lo confirmo. Toda sorpresa contiene un descubrimiento.
    (Aunque cabe aclarar, también, que toda sorpresa ha de ser una monja que cometió algún delito y fue llevada a prisión.)
    ¡Gracias por pasar!

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