miércoles, 16 de septiembre de 2020

Conversación


La escarcha que envolvía cada palabra
me tomaba testimonio de un silencio
que necesitaba, que rodeaba, que nivelaba
fricciones de un énfasis que me era ajeno.

Detenido, tan enlodado en el decir,
dividía al medio los rayos de su luz
que buscaban iluminar pasiones
como quien completa crucigramas
(una enajenación que me sanaba, ajeno).

Doné mi piel a la sombra de esas frases
y pude ver cómo la escarcha goteaba
ojeras de párpados huecos (silencios ajenos).

Guardé luego mis huesos en la bolsa negra,
sacudiendo hielos de extremidades,
en cadencia de sueño estacionado en siesta.
Acabó de callar el testimonio.
En puro silencio deshizo entre los dedos
un énfasis anciano, insistido en su girar
de trompo heladamente egocéntrico,
que lo rodeó en su pérdida
hasta el muro más glaciar de todos sus argumentos.

Anudé la bolsa (¿respetan mis huesos lo ajeno?)
y, enlodado en mi decir,
desapasioné cínicamente cada rayo
cada pasión
cada énfasis
y cada fricción de casilleros
del más equivocado de todos sus crucigramas.

2 comentarios:

  1. Qué bueno! El misterio de la pasión.

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  2. ¡Gracias! Toda conversación debe tener algún grado de pasión, porque es imposible poner nuestras palabras si no.

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