jueves, 17 de septiembre de 2020

Las pupilas de un plano inclinado


Tres granos de pimienta. Sobre la mesa. Rodarían si fueran esféricos, pero el viento no sopla a pesar de que la mesa esté inclinada. Un plano inclinado. Ese ínfimo tormento mantiene a Zofía sin habla. Tiene los brazos apoyados y sus huesos le gritan por dentro que esa mesa está inclinada. Y que los granos de pimienta rodarán aunque dude, con algo de sensatez, de su forma esférica. 

Hay un caballo a metros de la puerta. Zofía puede escucharlo respirar con impaciencia. Los pasos en el porche denotan que quien los da está ultimando cosas. Lo intuye girando las correas del caballo en sus puños mientras uno de los granos de pimienta podría tener, lo calcula al azar, con poca seriedad, el tamaño de su pupila derecha. De la derecha, que es distinta que la izquierda. Como distintos son los pasos que hacen sonar el piso del porche de sus brazos sufriendo el plano inclinado. Siempre lo fueron. Dolorosamente lo fueron.

En la otra habitación el teléfono suena de a ratos en una andanada de campanillas que parece querer contarles la letra de una canción repetida, que ya todos conocen, y luego callarse un rato para más tarde reintentarlo. Zofía no lo sabe, no puede saberlo, pero no duda de que es su mamá. Mira el otro grano de pimienta, algo ovalado en su minimalismo. Bien podría ser un útero, pero la que llama por teléfono es su mamá y ella es adoptada. 

Un golpe seco, algodonado y apenas marcado por una exclamación del caballo, da cuenta de que él acaba de montarlo. Ahora las patas se revuelven inquietas en la tierra y ella imagina las riendas ondulando en el aire. Es tarde, pero el viento no sopla. Zofía imagina las herraduras del caballo sobre el plano inclinado de la mesa y puede ver sus ojos marcados por el terror del desequilibrio y la caída. El tercer grano de pimienta sabe que si decidiera interponerse entre el plano inclinado de la mesa y el plano nivelado de la herradura del caballo, acabaría una montura volando por el aire y todo sin que el viento sople. 

Pero el segundo grano de pimienta, que no es un útero, sigue inmóvil mientras que su madre (ella no duda de que sea ella, pero es adoptada) corta el teléfono, dejándolo mudo como ahora está el porche, luego de la partida del caballo. 

La pupila derecha de Zofía es sensiblemente menor que el primer grano de pimienta, pero ella no lo sabe. Ahora está húmeda, lamida por el párpado que, sin saberlo, se abre y se cierra al mismo ritmo del caballo que, al paso, abandona la calle de tierra.

2 comentarios:

  1. Este texto es extraño a la vez que sugerente. A veces, después de leerte, me quedo un rato pensando en qué querrás decir con tus palabras. Seguramente hoy me suceda. Es bueno dejar impronta.

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  2. Me gusta que un texto sea percibido como sugerente. La sugerencia mueve algo en el otro, al menos la intención, la pregunta, la búsqueda. Eso me parece que tiene que ser una tendencia (tendencia, al menos) del arte.
    Y sí, se lo confirmo, siempre se quiere decir algo, no hay duda en eso.
    (Lo cual no significa que yo lo sepa, por supuesto...)
    ¡Gracias por pasar! Abrazo.

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