miércoles, 23 de septiembre de 2020

Simbiosis


Son varas de hierro afónicas que se entrechocan al unísono, dando una clase de arritmia. Cambia un poco el registro, cambia el espacio entre choque y choque, pero el ladrido del perro va cosiendo la noche con un trenzado nervioso que parece suspender el rocío a metros del suelo.
Nadie se pregunta a quién le ladra porque los oídos que llegan a escucharlo ya lo saben.
A veces hay pausas un poco más largas que otras y algún ansioso pretende que el objeto del ladrido ya se fue. Pero luego retoma. La garganta canina también descansa, por más que el probable peligro siga por delante.

En esas breves dos cuadras de población baja y clima de tranquilidad hay una comprensión tácita de que no se debe cuestionar el silencio que todos mantienen. También es tácito el acuerdo en no mirar, en no usar las ventanas mientras suena el ladrido en la noche. No hace falta acordar en que, mientras él está ahí afuera, simplemente no hay que mirar ni salir. Pero claro, estos supuestos transmitidos de mirada en mirada y subrayados con los silencios de bocas que entienden sin abrirse, no contemplan al perro que se limita a ladrar. Porque corresponde ladrar frente a eso.
También todos saben, en esas dos cuadras, que cada persona en algún momento pudo verlo. Una vez. Siempre una sola vez. Única. Y su descripción es otra de las cosas que esas bocas no comunican. No tiene sentido, puesto que la persona que puede estar enfrente ya lo sabe. O lo sabrá. Pero será esa descripción la que nunca se pondrá en palabras, sólo bastará saber que el otro ya sabe, ya vio, ya conoce. Y si se trata de otra persona, ajena a sus cuadras, entonces no corresponde hablar.
Quizás él no haya nacido en el planeta, pero en esas calles todos sienten que su presencia quieta e inocua por las noches les pertenece. Igual que el sonido que lo acompaña siempre. Y también todos sienten que cualquier movimiento podría quebrar esa especie de magia sombría de madrugada. Ni salir, ni mirarlo, ni mucho menos hacer callar al perro. Porque también se supone, compartido en forma inconsciente por todos, que la presencia de él tiene algo que ver con el ladrido. Aunque la reacción del perro pueda denotar peligro, amenaza o alerta, es obvio que forman una simbiosis necesaria que funciona más allá de lo que se entienda. Simbiosis que, aparte, incluye a las personas en sus casas, a sus ventanas mudas de miradas y a sus bocas tácitas que saben lo que callan.

Por eso, aquella mañana en la que una frenada brusca dejó un alarido en el aire frío y el cuerpo del perro revolcándose herido de muerte cerca del cordón de la vereda, a muchos de los vecinos de esas cuadras los paralizó el pánico. El pensamiento de todos excedía claramente la pena por el perro y se preguntaba por la noche siguiente. Y la simbiosis, quizá rota para siempre. Y las consecuencias. 

A la mañana siguiente, vecinos de las cuadras cercanas llegaron a declarar que no habían escuchado nada extraño en la noche anterior. Incluso algunos acotaron que era raro no haber escuchado "al perro ese que siempre ladra". Y, en esas circunstancias, se les complico bastante más tratar de entender lo ocurrido a los que les tocó investigar la súbita muerte masiva de todos los vecinos de esas dos cuadras.

6 comentarios:

  1. Amigo, siempre es un placer leerte, aunque temo que a veces se me escapa lo esencial...

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  2. Amiga, no lo veo nada mal. Quizá lo esencial no sea lo más esencial de un texto, quizá, aunque parezca un juego de palabras. Quizá lo esencial es poder atrapar desde la sensibilidad todo lo que rodea a eso que parece "lo esencial".
    Gracias por pasar.

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  3. Qué bueno... y suele pasar que algunos no escuchan el estruendo de una bomba, un ladrido, un aullido...
    suele pasar.

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  4. Gracias. Y hay casos peores, incluso, en donde se dan el lujo de no escuchar el silencio. Y, tal como usted dice, suele pasar... el silencio suele pasar. Y no volver.

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  5. Sí, no llegué tan lejos, llegué hasta los vecinos...
    al silencio lo veo bien, da oportunidades.
    Voy a leer los anteriores que me perdí.

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  6. Gracias. Vaya, vaya... que ya estamos a punto de ponerle media falta.
    Abrazo!

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