martes, 1 de septiembre de 2020

¿Se entiende, no?


Antes de contar una historia, tiene que haber una historia, le había dicho. Y él pensó en que acababa de lavarse las manos y secarse con una toalla blanca (blanca, enteramente blanca, lisa), y que bastaría elevarse cinco o diez metros como para yo no distinguirlo del resto (¿del resto de qué?, un resto que ni importaba aclararlo). Una historia. Y su heladera también era blanca, contenía las cubeteras en el congelador y las verduras en el cajón de las verduras. ¿Se entiende, no? 
Tiene que haber una historia. ¿Las paredes?, blancas, no, blancas no, mucho peor, cremita. ¿Eran blancas?, no, eso es de hospital. Y las veces que había soñado que las pintaba a todas de negro y que luego venía toda su familia y ocurría lo peor, es decir, no le decían nada y él se despertaba justo cuando todos lo llamaban porque no lo veían y él estaba, pero se había fundido con el negro de las paredes. Tenía camisas celeste. ¿Lo ve?, bastarían diez metros de altura para ya no distinguirlo. Celestes, ¿entiende? Y una bolsa de tela que le había regalado su madre (pobre, que en paz descanse) y que decía "Pan" y que tenía pan adentro (pero, y él lo sabía bien, aunque jamás se lo contaba a nadie, en el fondo tenía una cantidad de migas que eran viejas, que no pertenecían al pan que estaba vigente, porque hacía mucho que no la sacudía, pero igual que las paredes negras, nadie le decía nada y él callaba, soñando, incluso que callaba también en el sueño y que las migas estaban ahí. Blancas eran las migas.). 
Mire que llamar "vigente" al pan, le había dicho. Y él pensó en que esa mañana se había lavado los dientes medio agachado en su pileta del baño, con un cepillo que ¿debería cambiarlo ya? Alguna vez se imaginó anotando en una agenda (no usaba agendas, pero tenía una fantasía casi perversa con ellas, imaginaba reencarnar en otra vida y tener siempre una agenda debajo del brazo y anotarlo todo, pero todo, hasta lo que había pasado en su vida anterior, esa que había podido atravesar sin agendas) la fecha de compra del cepillo de dientes, así podría calcular cuándo debería cambiarlo. ¿Se entiende, no? Pero no era tan fácil porque todo dependía de la cantidad de lavados. ¿Y cuántos eran?, bueno, para eso estaba la agenda, claro. Ocho metros, le dijo, no más de ocho metros de altura y ya todos los cepillos son iguales. Pero tiene colores, dijo él. No se ven. Pero a veces se miraba al espejo en medio de la cepillada y abría apenas los labios para ver la espuma blanca. ¿Así sería cuando dicen que "echaba espuma por la boca"? Luego se enjuagaba la boca. 
Mirá que va a tener una historia alguien que se sienta en el inodoro y mira fijo la pared, contando los azulejos. Pero nunca recuerdo el número. ¿Cómo puede ser?, si los cuento siempre y vengo a sentarme al menos una vez por día. Puede que más, le dijo su madre ese día y a él le sonó agresivo, por eso fue que a la noche soñó que pintaba las paredes de negro (todas las paredes, todas, ¿se imagina?) y que a ella también la pintaba de negro y entonces desaparecía, pero luego venía toda su familia y ocurría lo peor, es decir, no le decían nada, y él se despertaba justo cuando el negativo de su madre lo llamaba y él no estaba porque ya se había despertado. (¿Con un litro de aguarrás alcanzaría para despintar a su madre o habría que comprar más? Si tuviera esa agenda que va a tener en esa otra vida, anotaría "preguntar en la ferretería por despintado de madre al látex" y luego se podría dormir tranquilo.) ¿Se entiende, no? 
Creo que diez metros para más seguridad, aparte está el encanto ese de los números redondos, ¿vio?, le había dicho y le había sonreído. Pero él no se confiaba. Una historia, mire si alguien va a contar su historia, ¿tiene una?, ¿una qué? Los jabones eran blancos, pero tampoco podía asegurar que siempre haya comprado jabones blancos. Mire que fijarse en el color de los jabones, le había dicho. Pero ¿y si al final siempre se hubiese cuidado de comprar jabones blancos, siempre? Ocho, no, diez, sí, diez metros y ya no se distingue si un jabón es blanco. La espuma, ¿vio?, la espuma siempre es blanca, sea del color que sea el jabón. 
Mire que fijarse en esas cosas, le había dicho. Una historia, claro. ¿Al menos tomó la comunión? Sí, claro, pero no me acuerdo. Un amor, ahí está, un amor tiene que ser. Eso sí. Su novia, la que conoció a los dieciocho años, se llamaba Blanca y estuvieron de novios dos años. Dos personas sentadas en el banco de una plaza, ¿a diez metros?, da lo mismo su noviazgo que dos abogados charlando. No se distingue. Y soñaba, ¿se entiende, no?, que se casaba con Blanca pero la noche anterior se metía en la iglesia y pintaba todas las paredes de negro, y ella estaba en el altar y le tiraba con anillos para que él deje de pintar, pero al final la pintaba de negro a Blanca también y desaparecía en las paredes, mimetizada con santos y cruces negras, y sólo él sabía que ella estaba ahí por la cantidad de anillos que quedaban tirados en el piso, y justo se despertaba cuando el cura los declaraba marido y mujer y él miraba para el altar y las que se casaban eran Blanca y su madre, toda pintada de negro. 
Imagínese, si no hay una historia, ¿cómo contar una historia?, le había dicho. Y él pensó en que acababa de cerrar el cajón de los cubiertos, después de lavar los platos y los cubiertos, y secarlos. Un cajón de plástico blanco era. Cuando lo fue a comprar, casi compra uno beige (el blanco es muy sucio, le decía siempre su madre, mucho antes de que él la pintara de negro, después ya no decía nada), pero resultó que estaba fallado y no tenían otro, quedaban sólo blancos. ¿Blanco?, le había dicho, una cajonera blanca desde diez metros se confunde con el suelo. Pero él sabía que el suelo no era blanco, claro. El suelo era... bueno, la verdad que no lo sabía. Ese suelo que ahora miraba era de un color indefinido. No llegaba a verlo bien por la altura, claro. ¿Diez metros?, no, debían ser muchos más. Pero eso sí, su suelo blanco no era, para nada. Aún así, pensaba, quizá podría tener una historia, ¿se entiende, no? Y el color de ese suelo... no, no podía verlo bien. (Y tampoco lo hubiese podido anotar en esa agenda que iba a tener, cuando, pero que no tenía ahora). Claro, de todas maneras no tenía importancia, porque ahora, saltando desde el décimo piso, iba a ver el suelo de cerca, bien de cerca y ahí sí. ¿Se entiende, no?

4 comentarios:

  1. Siempre hay historia, especialmente si se encuentra la forma adecuada. Tú eres especialista en hallar la manera de.

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  2. Novia blanca y radiante. Eso, es todo una historia.

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  3. Anónimo de las 9:50:00 GMT-3
    ¿Está seguro?, no lo sé, mire que llamarme especialista... A diez metros, menos, a ocho metros nada más, este cuento no se distingue de la carta de un restaurante, o del hocico de un oso polar (blanco el oso, blanco).
    Gracias por pasar. Y cuídese ;)

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  4. Anónimo de las 20:23:00 GMT-3
    Historia, dice. Pero tiene que haber una novia, y ser blanca. ¿Radiante?, no lo sé... Quizá desde los diez metros no se distinga de una estufa, o de un sol envuelto para regalo (blanco, con papel blanco).
    Usted seguro que soñó con pintar todas las paredes de negro (y si no lo soñó, lo tiene agendado en esa agenda que compró pero luego olvidó dónde la había dejado, y sí, en esta vida), así que doy por sentado que me entiende. Y sí, puede sentarse usted también, claro.
    ¡Gracias por pasar!

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