domingo, 20 de septiembre de 2020

Posdata


Era una imitación con bordes finos, filosos. Aristas que despedían los tonos acaramelados de esa lámpara que mamá encendía luego de mirar por la ventana y correr las cortinas. Imitaba con armonías esféricas a los sonidos de cubiertos entrechocándose, a las melodías entonadas de las bebidas llenando los vasos. Un domingo. Cualquier mes. El año que hubiera querido ser y quedarse. Simulaba tener el tono de las hojas del periódico pasando de a una en una mientras la mañana se movía sola, navegando en el aroma a almuerzo pendiente. ¿Alguna intervención de la calle? ¿Y por qué no la lluvia?, alguna vez también esa imitación de susurro melifluo que se desgranaba en el techo de chapa y daba testimonio del reloj de la vida, con sus goteos de segundos unidos para siempre a lo perdido. Imitar el sol que gritaba verano y que desde la mañana intentaba detener el transcurrir físico del día porque era mejor no moverse, no exponerse.

Ahora no hay nada.
Hay un trasfondo que modela los labios en un rictus que se adhiere a la nostalgia. Que se respira como una atmósfera tan necesaria como envenenada. Hay un silencio que huele a posdata. Y, desmembrando el significado de las habitaciones de la casa, están todas esas imitaciones de tanta belleza cruel que convierten cada sonido en lágrima.

¿Qué eran las voces?
No basta con preguntárselo cuando sabe que necesita destrozar las respuestas.

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