miércoles, 2 de septiembre de 2020

Cabe en la noche


Dieron las diez en el reloj del campanario. 
La puerta de hierro se abrió y el viento helado que dejó escapar llevó de regreso al limbo a un tren cargado de espíritus frescos. 
El hombre salió caminando despacio, como si eligiera dónde dar cada paso. La luz era azul obscuro y destilaba un sonido de resortes añejos que agonizaban su ceguera. 
El hombre miró el campanario mientras la puerta de hierro comenzó a cerrarse. Con sus manos en la cadera siguió mirándolo hasta que la puerta se cerró completamente, dejando una impronta de óxido piadoso en el aire. 
Al mismo tiempo el campanario se derrumbó. Piedra sobre piedra estremeció el suelo obedeciendo rítmico el parpadeo del hombre. 
Cuando el único movimiento posible era el polvo flotando en el aire, ahí en donde hace un instante se erguía el campanario, el hombre ascendió al tren que lo esperaba. 
Sin campanario y sin reloj, el tren partió con su único pasajero. Se sentó junto a una ventanilla mientras el viento comenzaba a iluminarle la cara. 
Sin campanario y sin reloj. Acababa de abolir la hora de su muerte.

4 comentarios:

  1. Aún no me he ido. Aquí me tienes: postergando un día más el momento de mi partida (entiéndaseme).

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  2. Me parece totalmente necesario. Irse sin haber leído este texto hubiese sido un grave error.
    ¡Gracias por pasar! ;)

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  3. Un parpadeo es suficiente. Importa poco el motivo, lo importante es el después.

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  4. Anónimo de las 20:01:00 GMT-3
    ¡Pero claro!, ya lo dice el tango: "Después... ¿qué importa del después?, toda mi vida es el ayer, que se revuelca en el campanario..."
    ¡Gracias por pasar!

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