lunes, 23 de agosto de 2021

Los pétalos de una flor extinguida


La sensación fue la de cruzar un lomo de burro, es decir, lo contrario a un bache o un pozo. La rueda derecha agitándose y el auto corcoveando levemente para luego frenar de golpe. Había visto por el costado derecho del parabrisas algo. Luego el golpe seco y sordo contra la chapa. Y finalmente la sensación de pisar algo que intentaba no ser tan blando.
Con el auto detenido casi contra el cordón, sintió la náusea violenta en el estómago y el mareo. Su mente le repetía que no había pasado nada, que no había pasado nada, que no había pasado nada, pero el grito de la mujer que corría por la vereda hacia su auto le quebró el espejismo.
Se bajó en una especie de nube en donde sus oídos escuchaban una mezcla de sonidos, voces, gritos y su mente, constante, intentando convencerlo de lo que la calle ya no podía ocultar. Dio la vuelta por delante de la trompa de su auto. Vio el golpe en la chapa. No quería mirar el piso. Respiró hondo varias veces antes de mirar y lo primero que vio de Malena fue eso que ella casi nunca exhibía, es decir su sangre.

La mujer llegó corriendo sin pensar nada. Se sabía útil y preparada para estas situaciones, por lo tanto llegó rápido hasta el cuerpo. Recostada sobre el asfalto en una forma anatómicamente inconcebible, como suele suceder cuando algo se rompe con la violencia del azar que no se espera, Malena debía estar muerta a juzgar por el golpe y por el hecho de que el auto haya pasado por encima de su cabeza. Sin embargo, al acercarse a su cara, la mujer notó que respiraba con un ronquido fino, una especie de silbido que anunciaba que muchas cosas ya no estaban donde debían estar dentro de su cuerpo. Miró el tórax, el pecho, las marcas del neumático, la forma alarmante del cráneo con un traumatismo obvio y fractura, la hemorragia que se expandía por el suelo. A su espalda, escuchó que alguien llamaba con voz nerviosa a una ambulancia por teléfono. Otro, se empeñaba con el 911 aportando datos y circunstancias. Y algunas sombras a su alrededor le indicaban que la gente iba enterándose de Malena.

Con las diligencias de rigor en manos de otras personas, la mujer se concentró en esa respiración débil. Se quedó algunos segundos mirando su cara la cual, salvo algo de sangre y algunos raspones en la frente, no había sufrido el desastre generalizado del resto del cuerpo. Luego miró al hombre que manejaba el auto, sentado en el cordón de la vereda a varios metros, con la cabeza tomada entre las manos y en evidente estado de shock. Y entonces la escuchó.
—Por favor…
Toda la compostura que la mujer había mantenido en la emergencia se conmovió. Esperaba cualquier cosa menos que Malena le hable. Que pudiera hablar, en realidad.
—Por favor… —y una mano roja se movió despacio hasta el pecho de la mujer, pidiendo.
—Sí, decime, ¿qué querés que haga?… ¿querés que llame a alguien? —la mujer midió sus palabras para ser precisa y útil, y no saturarla con preguntas que no llegaría a responder.
—No… el sobre… quiero el sobre —ahora la mano se movía como si acompasara una sinfonía que se derramaba sin sonidos—, la mochila… el sobre en la mochila.
La mujer notó que por alguna de esas raras cosas que tienen los procesos físicos cercanos a los límites, Malena se estaba animando y la voz se afirmaba para poder hablar. Miró entonces alrededor y a unos metros sobre la vereda ubicó la mochila. La trajo hasta donde estaba Malena y la abrió, tratando de ubicar el sobre.
—Rojo… es rojo y está cerrado —la guio Malena escuchando los movimientos con los ojos cerrados.
Cuando la mujer lo tuvo en su mano sintió que carecía de peso, como si estuviera vacío, pero al mismo tiempo estaba hinchado, como si contuviera algo que le daba volumen.
—Abrilo, por favor… no me queda mucho tiempo… abrilo… lo necesito ahora.
La mujer miró el sobre rojo con algo de aprensión. Le daba miedo manipular o abrir algo que se evidenciaba tan importante.
—Abrilo… despacio…
—¿Te puedo preguntar qué hay adentro? ¿Qué necesitás que haga?
Malena respiró hondo y dejó exhalar un ronquido, como si quisiera juntar todas las fuerzas que le quedaban para decir lo más importante.
—Abrilo… Hace años que colecciono alas de mariposa… Todas están en ese sobre. El sobre rojo… cerrado. Hace años… Siempre esperé este momento... y tenía miedo de que no pudiera… Ahora puedo, vos podés… por favor. Abrí el sobre y cubrime con las alas de mariposa… todas… Ellas hacen que el espíritu se eleve… quiero… quiero irme con ellas.
La mujer abrió el sobre con mucho cuidado y fue poniendo el contenido, etéreo, volátil, de la mejor manera que pudo sobre Malena. Fue cubriendo el pecho, el cuello, parte de los hombros, algo de su cara… Se dio cuenta de que, increíblemente, estaba actuando como si realmente las alas de mariposa de ese sobre fueran a elevar el espíritu de Malena y a llevarlo, como si necesitara disponerlas de una determinada manera. Como si lo supiera.
—Gracias —lloraba ahora, Malena— ¿Sabés?… tenés que saber algo… antes de que me vaya, ¿sabés?…
La mujer acercó el oído a la boca de Malena porque la voz se le iba y la animó.
—Decime, querida, te escucho. Ya estás cubierta con todas tus alas de mariposa.
Malena sonrió, mostrando apenas sus dientes manchados de sangre.
—¿Sabés?… acordate, acordate siempre… la belleza salva.
Luego estiró los labios en una sonrisa de otro tiempo y lugar. Y murió.

La mujer se quedó unos segundos mirando las alas de mariposa como los pétalos de una flor extinguida. Temblaban un poco con el aire de la calle. Y, al unísono, como si un director marcara el compás final, una brisa leve las voló a todas del cuerpo de Malena.
Unos instantes después, el primer médico que descendía de la ambulancia se le acercó, poniéndole una mano en el hombro y le preguntó:
—¿Está muerta?
La mujer, sin mirarlo y sin pensarlo, le contestó como algo automático.
—No. Está bella.

2 comentarios:

  1. ¡Cómo se puede sobrevolar un texto así sin soltar alguna pluma, y sin que ella exprese la sinfonía de emociones que la hizo aterrizar en medio de unas imágenes tan llenas de arte! Desde mi mirada, acompañé el vuelo de Malena. El mundo es más bello, visto desde tus alas de mariposa. Sabes cómo estoy y tus textos solo pueden recordarme que mientras escribas así, el mundo estará a salvo. Que no todo está perdido. Vamos en la dirección correcta. Me pregunto qué leen los que no elevan un "Gracias Pablo, enhorabuena por tus vuelos". Un abrazo.

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    1. Gracias, Amiga. El mundo es más bello con arte, siempre, venga de donde venga y salga de donde se esconda. Y más soportable, por supuesto. No, claro que no todo está perdido, nos faltan encontrar miles de historias todavía... y alguna "novela", dicho sea de paso. ¿Cómo rendirnos, entonces?
      Abrazo inmenso y gracias por leer.

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