miércoles, 18 de agosto de 2021

Emile Adam Zöieg

Q.E.P.D. 03/10/1929 – 29/02/2021

Nota: sabíamos que esto iba a pasar algún día. En toda la existencia de nuestro querido pueblo de Los Guanacos sólo hubo un redactor de obituarios. Por desidia, desinterés, o quizá celo profesional, jamás se le ocurrió formar a otra persona para esa tarea. Siempre fue el único. Y, tal como suele ocurrir en la vida, ahora ha muerto. Así es como nos encontramos frente a la insoluble circunstancia de redactar el obituario del óbito del único redactor de obituarios del lugar. Siendo que nadie en el pueblo es avezado en estas artes de la escritura protocolar, no tuvimos más salida que encargar el obituario de Emile a nuestro vecino Anselmo Apóstrofe, más conocido como “El Sátiro del Circunloquio” por dedicarse pura y exclusivamente a la poesía, o a lo que él cree que es la poesía. Pidiendo disculpas por anticipado a la memoria de Emile y a sus dolientes deudos, dejamos en este espacio el obituario confeccionado no sin antes aclarar que le rogamos encarecidamente y por todos los medios a Anselmo que trate de apegarse a los datos concretos del difunto, dejando un poco de lado su tan estimado vuelo poético. No hubo caso.


Emile, ¡oh, Emile! ¿Qué abyecta falta tan astrosa habrá acaecido en el obtuso Cielo para que Dios mismo mandase a evocar tu nombre?

A la tierna y luminosa edad de los noventa y un espabilados octubres, pues nos dejas. ¿Sólo a nosotros?, ¡pero no, qué va!, dejas a un pueblo todo flambeado en el dolor de la carne viva que es esparcida con cada gota de cada uno de tus magnos recuerdos. Lágrimas por toda lluvia. Llagas por todo sol. Dolor imborrable por toda memoria.

Aquel que en vida documentara, sin sosiego ni holganza alguna, todos los tristes óbitos que en nuestra amada comunidad sucedieran, hoy nos deja y en nuestros corazones sentimos que una afantasmada página en blanco se abre para siempre. Para nunca más cerrarse.

La vida de Emile ha desatado la fuerza inconmensurable de una oración perpetua que lo retrató todo, que lo documentó todo, que llevó cada nombre de cada difunto al paroxismo de la exquisitez literaria, puesto que sus obituarios conforman ya un género literario en sí mismo, el cual será objeto de estudio en un futuro no muy lejano; oración, decíamos, a la que esta aciaga interrupción vital, que algún advenedizo se aventurará a llamar “muerte” con todo descaro, no pone de ninguna manera un “punto final”, sino más bien una coma de pausa merecida y de angelical entonación por tu ya sacro nombre, oh, Emile.

Miro alrededor y el sol de este atardecer, teñido también de un astronómico ocre triste, ilumina cada mota de polvo de cada camino señero de Los Guanacos, convirtiéndola en una absorta multitud que ha perdido el habla ante tu trágica e imprevista partida. ¡Porque hasta el polvo de los caminos has podido retratar con tu iluminada verba magnífica! De más está decir, bienamado Emile, que tu muerte, ¡que no es muerte sino resurrección obnubilada de la luz y las letras todas!, que tu muerte, decía, y el pesaroso detenimiento de tu mágica pluma, cancela para siempre el impiadoso trabajo de la siempre obcecada parca. Sí, como lo han oído, como suena y como se siente en el centro mismo de nuestras dolidas almas: no habrá más defunciones en Los Guanacos, nadie más morirá porque éste habrá de ser el último de los obituarios que jamás escribiste, ¡oh, Emile! Si no está tu pluma, no estarán los muertos. ¡Si no están tus obituarios, no estarán los óbitos! De ahora en más, nuestro pueblo será El Pueblo de la Vida Eterna, y tú, adorado Emile, el Dios Padre Creador de ese paraíso prometido a lo largo de la historia toda. Y lo declaro, y va en ello mi honra y mi dignidad: ¡que nadie se atreva a tener el mal gusto de morirse sólo para deshonrar la memoria de nuestro recordado por siempre, bienamado como pocos y estimado por la eternidad, Emile Adam Zöieg.

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