viernes, 20 de agosto de 2021

Y otro color tienen sus ojos


La cantera parece un animal dormido, de piel áspera, de contornos limados por el tiempo. El aire que respira es la excusa microscópica del polvo para colonizarle la voluntad y convencerlo de permanecer sentado.

—Sé que a veces me duelen los pulmones, o el pecho, y sé que es la cantera preguntándose cuánto falta para tenerme entre sus brazos.

El sol está desarmado en pedazos de nubes bajas que lo distraen. La cantera no admite nada que no sea gris. Se mira la piel de los brazos y está seguro de que se ha vuelto cenicienta. O peor. Quizá son sus ojos los que ya no admiten otro color que no sea el gris.

—Van ocho días… ¿nueve?, no, no, ocho o…

Él lo mira. Gris. El pelo es una ladera de piedra más. Sólo el viento implacable, presente, constante y a veces rabioso, mueve las cosas que pueden moverse y dan un esquivo signo de vida.

—¿Tiene alguna importancia? ¿Y si fueran ocho años, qué cambiaría?
—Estaríamos muertos.
—Y ahora… ¿estamos vivos?

Él se para. Le duele la espalda y la cadera en una puntada que semeja una aguja que inyecta recuerdos de cuando todo alrededor tenía otro nombre. Y otro color.
Da unos pasos. Mover el cuerpo entre las corrientes de viento de la cantera es como admitirse una vela navegando. Y otro color tiene el agua.

—Ahora esperamos.

Él, mientras lo mira caminar con pasos lentos y doloridos, se da cuenta de que ha olvidado sobre qué está sentado. ¿Una piedra? ¿Una madera? ¿Una silla? ¿Una excusa que agota el aire? Esa espera que se dibuja en el vacío, cuando la palabra flota en el polvo, arranca una envidia muda de ellos dos que la perciben. Ella puede deshilacharse en lenguas de aire amable y abandonar el lugar cruzando el horizonte ese que ninguno de ellos puede alcanzar.

—A veces, carecer de encierro es la peor de las cárceles.

Se arrodilla sobre el polvo como si la cantera entendiese de rezos que nadie le brinda. Él recuerda que a veces, en situaciones de este tipo, se suele ejecutar algún tipo de consuelo, o palabra de estímulo. Y otro color tienen sus ojos.

Pero la noche coloca a la cantera en el útero tapizado de estrellas, y los cuerpos funden pieles con el gris, que ahora es negro y silencio.
Acostados contra una piedra de formas redondeadas, la sensación de contacto humano es similar a mirar álbumes de fotos familiares. Y hablarles a los antepasados. Y otro sepia tienen sus gargantas.

El viento, que no calla en ningún momento del día, logra el ridículo efecto de que sientan el beso continuo del polvo en los labios, como si la cantera buscara intimidad con la excusa de la noche.

—Mañana es el último día.

Él, aún callado e inmóvil contra la piedra, entiende que no debió de decirse eso. Entiende que, quizás, el aburrimiento es en verdad el verdadero demonio que aguarda paciente en el error dormido para terminar con todo. Y otro color es su mirada.

—Mañana no va a llegar nunca más. Siento decírtelo, pero la cantera ha plegado el tiempo y ha guardado el mañana bajo la última de las laderas grises. Nada volverá a transcurrir.

Él, que había comenzado a llorar como la reencarnación de un río ya muerto, entendió que, si le robaban el mañana, al menos necesitaba saber el último de los detalles importantes.

—¿Qué llegará primero, su voz, su luz o su final?

Él, aún inmóvil contra la piedra, tosió al sentir el irónico beso del polvo arrastrado por el viento en su garganta. Había dormido. O no. Estaba soñando. Pero despertaba para mirar al otro a su lado. Dormido. O no. Despierto y soñando que tosía para despertarse. Tosió otra vez y en ese instante ella le tocó el hombro.

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