martes, 18 de marzo de 2025

Hasta que su mirada se dirigió a mí


—Podés dejar tu ropa ahí. 

Contra todo pronóstico, la falla a la que venía prestándole atención, mejoraba con el tiempo. No era lo esperado. Lo normal hubiera sido que empeore y acabe por romperse. En ese contexto, romperse, era algo tan lacerante como limítrofe con la paz más funcional posible. En ese contexto. Posible. 

—La forma empieza a corresponderse con lo que solemos denominar humano. 
—¿Antropomorfo?
—Todavía no. Pero no veo nada que indique lo contrario a través del tiempo. 
—Me resulta confuso...
—Es por la falta de ropa. Vestite. 

Y siempre la misma sensación. Cuando telas, cierre, botones, costuras y demás condimentos empezaban a sobrevolar su cuerpo, la sensación semejaba presenciar una marea suave, amable, una costa domesticada en un domingo de otoño. O alguno de esos campos sembrados que el viento mece, conversando entre ramas y hojas que guiñan las respuestas correctas. 
Hasta que al fin todo terminaba en su lugar. Aunque no había nada a lo que se le pudiera llamar "lugar" en ella. Si algo la caracterizaba era la rotura como orden, el desequilibrio como serenidad.

—Confuso —lo repitió ahora vestida por completo—, en un sentido que no parezco alcanzar nunca. Cuando me miro al espejo lo único que veo es un horizonte que se corre cada vez que supongo llegar allí.

Me asaltó nuevamente la misma sensación. La voz de ella era el mejor perfume que la habitación podía tener. A pesar de la falla. A pesar de la irrefrenable idea que sobrevolaba lo descompuesto, lo desarmado, lo inacabado, lo roto. Otra vez esa palabra, romperse. Y otra vez el sentimiento tan claro de que mi posibilidad de vida estaba atada a ese romperse de ella. Entonces, ¿cómo deshacer la confusión?

—No hay confusión si podés llegar a entender qué hay al final de ese horizonte. 
—Pero no lo sé. Y nunca lo voy a saber porque cada día que corro, él se aleja. 
—No. Cada día que corrés llegás acá.

Su único ojo recorrió su alrededor como queriendo entender, hasta que su mirada se dirigió a mí. Y supe lo que significaba ese gesto, aunque no tuviera nada que ver con los movimientos humanos. 

—Entonces... entonces no sólo quiero entender. También quiero otra cosa. 
—¿Qué?
—Quiero quedarme.
—Perfecto. Podés dejar tu ropa ahí.

2 comentarios:

  1. Haces sufrir hasta que apareces otra vez. Y nos regalas historias escalonadas y a priori desconexas. Algo de tu poesía encubierta me ha recordado a un suspiro de Borges en "El amenazado", cuando dices "La voz de ella era el mejor perfume que la habitación podía tener". ¿Acaso no encierra la misma emoción que "Esta habitación es irreal; ella no la ha visto"? El despojarse de todo ropaje como metáfora de estar "en" alguien y no "con" alguien. Me encantó.
    Vale la pena cada uno de tus días "sabáticos". Da igual si los astros te sonríen o si tienes un mal día. Brillas. Leer tus textos y no comentarlos es un despropósito para los que amamos la literatura. Un abrazo.

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  2. Gracias, Amiga. Muy interesante esa forma de verlo, ese estar "en" alguien y no "con" alguien. Una ínfima palabra que lo cambia todo.
    Abrazo enorme. Gracias por leer.

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