lunes, 17 de marzo de 2025

Una flor carnívora


—Cada vez que suena esa música siento olor a humedad. 
Él pensaba en que cada vez que sonaba esa frase sentía una curiosidad irrefrenable por entender si el verbo reptar podía aplicarse a un ser humano.

—Como si brotara de las paredes, no sé. Como si la melodía le arrancara lo que tienen de agua retenida. 
Él la escuchaba y, delante de sus ojos, se formaba la imagen del sillón que la contenía abriéndose como una flor carnívora y asando su carne en una parrilla que cargaba a la música que aún sonaba por todo fuego.

—Quiero decir que es el olor, no sé. Probablemente no sea humedad, si no sólo el olor. En definitiva, pensémoslo así, ¿no?, si la música es aire vibrando, está muy emparentada con el olor, que también es aire vibrando.

Curiosamente, y en este caso para los dos, en la radio que estaban escuchando terminó la melodía en cuestión y recomenzó. La misma. Repetida. 
Ambos se miraron.
Pero cada pupila tenía distintas frases detrás.

—Probablemente esto signifique que está por llover —siguió ella sin contenerse. 
Ahora, mientras la radio se volvía un árbol más del paisaje dentro de su cabeza, él entendió que, vistos desde cierta perspectiva espacial, todos los humanos reptaban. Pero necesitaba con desesperación materializar esa idea en la persona que declaraba sentir olor a humedad desde ese sillón que no acababa de germinar su flor carnívora. 

—¿Ves?, ¿no tiene una cadencia como de lluvia fina?... ese piano, esa voz que parece un trueno que llega desde otra ciudad... ¿Cómo se llama el instrumento para medir la humedad?
—Higrómetro —respondió él, totalmente ajeno a sí mismo, mientras comenzaba a entender que lo único que reptaba era su voluntad derruida, alejándose de aquella estancia y olvidándolo como un pañuelo violeta caído en el costado del asiento de un ómnibus. 

—Eso, un higrómetro. Me voy a comprar uno y la próxima vez que suene esta canción voy a medir la variación de la humedad ambiente. Claro. Necesito saber que no son sólo ideas mías. A ver si todavía me tomás por loca. 
La palabra tomás logró que, en su mente, se formara la imagen de él reptando por la alfombra y de ella convertida en una pastilla. Luego él se la tomaría, aprovechando la humedad ambiente para tragarla. Así entonces, las próximas palabras de ella las escuchó provenir de su estómago. 

—No tendría nada de malo, claro, si no fuera que me arruina el peinado y me hace doler las articulaciones. Y es esa canción, no otra. 
Articulaciones. Esa imagen le devolvió la idea de la flor carnívora vuelta sillón y, pero claro, también debería de averiguar, aparte de la posibilidad de reptar o no, si esa flor carnívora era capaz de devorar, entre otras cosas, articulaciones. También recuerdos. Y letras de canciones borroneadas en el sepia de un pasado que se iba escuchando, de a poco, mal sintonizado, como radio sin pilas, o como vejez no entendida, o como todas esas palabras endurecidas en una garganta que cada vez hablaba menos y tragaba más.

En la radio, casi como un hecho paranormal, la canción comenzaba por tercera vez mientras que, en su pecho, ese dolor tan fuerte ya se volvía una verdadera asfixia y él entendía, al fin, que lo único que había estado reptando era un coágulo por sus arterias, empujado seguro por la humedad del lugar. 
Escuchó la última frase de ella antes de perder el conocimiento. 
—Es olor a humedad, no hay nada que hacer. Realmente no hay nada que hacer.

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