jueves, 20 de agosto de 2020

Claraboya


—Mirá que venir a encontrarte acá, en el puerto... 

No sé si fueron los puntos suspensivos o la sirena, que por enésima vez me avisaba que ya todo estaba ardiendo, pero se me quedó colgada la frase girando en el vaso, vacío ya de ginebra. 

—Te tengo que ser sincero, sí, no veo por qué mentir, la verdad es que te hacía ya muerto. 

En una hora y cuarenta zarparía un buque llevándose tres valijas que contenían sólo aire. En cada control sospecharon y le abrieron todo y le hicieron cantidad de preguntas, cada vez más incisivas. Pero nada ni nadie prohibía despachar valijas absolutamente vacías. Sin embargo, el fuego que ahora arrasaba desesperadamente todo, podía complicar las cosas. 

—Quizá no debí venir... —sirena de diez segundos— ... asustando al hermano de Leopoldo que todavía sigue allá, en Bahía Blanca. 

No sé si reconocía a la persona sentada enfrente. La que me estaba hablando. Le miraba el pecho y su respiración agitada parecía ser el alimento del fuego allí afuera. 

—Vos sabías que te iban a buscar. Supongo que te lo habrás imaginado más de una vez. 

Mientras escuchaba, pensaba qué tan difícil sería poder nadar en el vaso vacío que tenía apoyado en la mesa. Debería pedirle al mozo otra ginebra y luego intentar el cruce a nado. Quizá, pensaba, las llamas del puerto acabarían por complicarle el viaje hacia la otra orilla. Y quizá, también, la cara del otro sentado allí enfrente no terminaría de entenderlo del todo. Pero la oferta no dejaba de ser tentadora. Más ahora que ya había amanecido. 

—Mirá, por lo de Nora no te preocupés. Yo ya le dije a Alberto que hasta acá llegamos, ¿viste?, ¿me entendés, no? Al final pasa que... —sirena de doce segundos— … cerrando todo el asunto sin que Nora diga nada. Es siempre lo mismo, ya sabés. 

Me pregunté muchas veces cuál de todos los amaneceres iba por fin a detenerse, pero al final la respuesta era que sencillamente nunca habría pregunta. Y mi noche y mi memoria y siempre el fuego cubriendo todo a mi paso, como si de una respiración tan necesaria se tratase. 

—¿Amsterdam, no? 

El silencio que produjo el otro sentado enfrente lo dejó deliberadamente solo con el sonido del crepitar de las llamas. Era muy claro que no podría hablarle. La sirena no permitiría que hilvanase más de dos o tres sílabas. Un verdadero sinsentido el intentar hablar. ¿Qué es Amsterdam? Siguió mirando el pecho que respiraba fuerte delante, al otro lado de la mesa y el vaso, y se limitó a asentir con la cabeza. Eso no fallaría. 

—Y claro, es lo mejor. Te digo que lo pensé muchas veces, ¿te acordás cuan… —sirena de nueve segundos— … y rompimos el cielorraso para colocar la claraboya, pero igual no funcionó. 

Esa palabra saltó del fuego como si fuera un fantástico animal herido que salva su cuerpo de las llamas en el último instante previo al amanecer. Claraboya. Debería de levantarme de la mesa del bar y salir a la calle llevando esa palabra entre las manos. Claraboya. Podrían entenderme los que no entienden ni mi fuego ni mis sirenas ni mis tres valijas vacías si acaso les llevo la palabra claraboya entre las manos y les explico. Creo que esa es la solución. Lo único malo es que voy a tener que admitir que les mentí. Las valijas que despaché no están vacías. Contienen aire, pero eso no es una obviedad, porque tampoco es cualquier aire. 

En las tres valijas me llevo todos los vuelos de mi vida en los que fui ala. Si se lo piensa bien, no ocupan mucho espacio, no fueron tantos. Quizá, con la palabra claraboya entre las manos, es decir, una ventana en el techo, puedan entender que yo no puedo dejar mis vuelos entre todas estas llamas. Y no puedo dejar ningún ala a merced de estas sirenas que lo aturden todo. 

—¿Entonces te quedás allá, no? 

Se paró mirando al otro con los ojos húmedos, emocionados. El otro, sentado allí enfrente, pensó que al fin le iba a hablar, pero sólo se limitó a darle un abrazo muy fuerte y largo, mirarlo profundo a los ojos, acercarle el vaso vacío delante del pecho y murmurarle algo inentendible acerca de “buscar tu propio cisne blanco” y salió a la calle.

2 comentarios:

  1. Amigo, tengo ganas de tu novela...

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  2. Bueno, yo también le tengo ganas. Creo que definitivamente alguien tendrá que escribirla... :)
    ¡Gracias por pasar!

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