Le ayudó a subir las valijas al tren. Alrededor todo era inminencia de viaje. Ese sonido siempre difuso de motor en acecho de partida. La gente se aquietaba de a poco y cada cual ocupaba su lugar, arriba o abajo del destino. Algunas risas, algún intercambio último, ecos de conversaciones que se diluían en el brillo de las vías.
La miró sentada junto a la ventanilla. Su gorra gris puesta y los ojos duros de un frío triste. Podría detenerse el mundo o fallar el sol al salir, pero si había algo imposible era que no se fuera. Pensó en el silencio un rato largo y sólo una breve idea le recomendó quebrarlo.
—Cuando llegues allá haceme un favor.
La mirada inmóvil le preguntó en silencio. Y él contestó
—Cerrá los ojos y sentí mis manos en tu espalda.
—¿Para qué?
—Para saber cuánto duele la distancia.
El silbato del guarda se les enredó en la mirada y el movimiento del tren comenzó a arrastrar sus emociones. Él caminó por el andén para dejar la estación. Llevaba sus manos en los bolsillos y comenzaban a dolerle.
Hoy has faltado a tu cita... Ya me tienes malacostumbrada.
ResponderEliminar... y todo lo que me falta por faltar!
ResponderEliminarEsto es como una tormenta. Hay que juntar agua de lluvia mientras está, porque luego pasa y queda la sequía.