martes, 11 de agosto de 2020

Acercarse al cielo


El saco gris colgaba en el perchero. De su bolsillo derecho una fila continua de hormigas descendía hasta el suelo. 

(La percepción como tres tigres atrapados en el ascensor, desciende hasta la planta baja mientras retoca el color de sus manchas mirándose en el espejo.)

El agua de la pava hervía en la cocina, silbando un vapor desesperado que dibujaba la quiromancia de una nada futura en el aire. 

(La inclinación del espíritu presente dentro de la heladera lo lleva a agitar las cubeteras en busca de un particular detalle grabado en hielo que él espera interpretar para llegar al cielo.

Tres begonias de un rojo despilfarro, envidian el vapor inútil que se abraza cómplice con el aire. Miran su tierra seca y pensarían en la injusticia, si acaso fuera justo que pudieran pensar. 

(El adormilado enhebrador de coherencias temporales se despabila justo cuando el ascensor de los tigres se detiene. La percepción llega a la planta baja y el último retoque a las rayas negras queda a punto.)

La última hormiga mira el suelo desde el borde del bolsillo y duda en saltar. La fila continua avanza y la va dejando sola. Piensa en saltar. Piensa en terminar con todo y saltar. Luego piensa en sus hijos y retorna al bolsillo en medio de una sensación de ahogo en el pecho. 

(En el fondo de la última cubetera, la inclinación del espíritu presente dentro de la heladera halla un bajorrelieve en hielo que semeja a una hormiga cayendo.)

La primera begonia, llamada Amalia, observa a la primera de las hormigas que encabeza la fila en dirección a ella. El piso es el plano inclinado de la futura muerte de sus hojas.

(El tercer tigre de la percepción, llamado Rafael, camina por el pasillo y les hace una seña silenciosa a los otros dos. Uno de ellos acomoda la última de sus rayas y el otro le dice con la mirada que ya es posible oler el vapor del agua en la cocina.

La primera de las hormigas, llamada Soledad, comienza a trepar la maceta de Amalia. Desde el aire, el vapor de la pava despliega un espectáculo de fuegos artificiales quirománticos para prevenir a todos de la llegada de los tigres de la percepción.

(El enhebrador de coherencias temporales, ya despierto, decreta la muerte súbita por paro cardiorrespiratorio de la hormiga dentro del bolsillo del saco gris, colgado en el perchero, y la inclinación del espíritu presente dentro de la heladera toma al bajorrelieve de la hormiga cayendo entre sus manos y asciende al cielo, poniendo antes la heladera a descongelar.)

Soledad salta desde el borde de la maceta hacia la tierra reseca de Amalia. Pisa mal en el suelo agrietado y se esguinza un tobillo. Su grito de dolor paraliza a toda la fila continua de hormigas por detrás. 

(Rafael entra a la oficina dejando a los otros dos tigres de la percepción en el pasillo, jugando a adivinar desde qué piso se caerán los ascensores cuando todo termine. Camina hasta el perchero y se pone el saco gris. Nota que le queda bien y nota la hormiga muerta en el bolsillo.)

La heladera termina de descongelarse y el agua lo inunda todo. Amalia y las otras dos begonias flotan dando giros sin control, pierden hojas que caen al agua. Ciento treinta y dos hormigas que estaban en la fila continua perecen ahogadas mientras que treinta y cuatro salvan sus vidas subiéndose a las hojas caídas de las begonias y flotando. Soledad, sin poder caminar, siente cómo la tierra reseca de Amalia se va humedeciendo y espera que el agua fría calme la inflamación del esguince.

(Rafael, chapoteando en la cocina y cuidando de no mojar el traje gris, toma el vapor que deambula desmayado por el aire y logra meterlo nuevamente dentro de la pava. Guarda, luego, la pava en la heladera para que el futuro pueda parir sus nuevos signos de hielo. Secretamente, siente que su cielo se acerca.)

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