lunes, 17 de agosto de 2020

Si hubiese nadado un cisne blanco


Pidió una ginebra y dejó la mirada fija en la madera de la mesa. Los sonidos del bar, adormilados, le daban el anonimato que necesitaba. Sin mirar, sabía que la ventana a su derecha dejaba traslucir el azul pálido que relataba rítmico el amanecer, ese mismo que elegía no mirar, y que elegiría no detener. 

El vaso con bebida se posó delante de su cara. Varios metros más allá de la ventana que no miraba, una secuencia conocida de memoria empezaba en la vereda, seguía en el puerto y terminaba en el río. No le interesaba. El agua ya se había llevado sus ojos. Vació el líquido del vaso y una sirena cercana acompañó el ardor descendiendo a su estómago. 

Cuando posó el vaso, con un leve ruido seco a madera, en la mesa, miró el fondo deshabitado y la voz le habló por última vez.

—Si dentro del vaso hubiese nadado un cisne blanco, la única forma de continuar tu vida hubiese sido atravesar el sueño del vidrio y despojarte, nadando junto a él en círculos hasta que la noche cubriese por completo toda tu memoria. Luego, al sonar la última sirena del puerto, hubieses besado al cisne deshaciendo pluma por pluma cada vuelo negado en el que fuiste ala.

Terminó de escuchar con las manos entrelazadas, como en un rezo involuntario. Miró por la ventana. El puerto se despabilaba con movimientos leves y sonidos familiares.

Aún no lo sabía, pero ya no detendría ningún amanecer más.


(Ver)

2 comentarios:

  1. Una vez, hace ya mucho tiempo, escribí sobre un cisne blanco que conocía el camino hacia un lugar seguro. Me quedé pensando en el significado que tenía aquel cisne para mí... Ahora se repite el pensamiento, pero esta vez es por ti.

    ResponderEliminar
  2. Los cisnes blancos saben más de lo que aparentan. De todas maneras, no estaría tan seguro de seguirlos. No va que a la vuelta de cualquier lago se cruza uno con Chaikovski así como quien no quiere la cosa...

    ResponderEliminar