miércoles, 5 de agosto de 2020

Infancia en su lugar


Durante la infancia, madre tomaba cada juguete mínimo o desarmado y lo alzaba delante de sus ojos mientras decía que esto va acá y marcaba su lugar, supongo que para que yo lo recuerde y más tarde ya no tuviera que levantarlo ella. Supongo que nunca lo recordé, porque para cuando pude levantar las cosas solo, resultó ser que ya no había juguetes. 
Me preocupaba mucho que no advirtiera si algo estaba desarmado o entero. Todo era ubicado en su lugar, estuviese como estuviese. Algo era una pieza y algo era algo entero, pero el lugar era el mismo. No advertía mi trabajo al desarmar las cosas. Tampoco advertía si ese desarme acababa con algo roto. Tengo que admitirlo, solía ocurrir, pero esto va acá y su mano subía y bajaba mientras la palabra ordenado se mezclaba entre las otras repetidas, o conocidas. Esperando el momento en el que dijera cómo hiciste para desarmar esto, yo no prestaba atención a lo que madre decía o pretendía enseñar. Yo también enseñaba, pero ninguno de los dos aprendía. Había que esperar que madre terminara de jugar con su orden para que luego yo pudiese mirar mis juguetes y sentir un orgullo solitario por mis avances. Ella sentía un orgullo, creo que también solitario, por su orden que siempre acababa armado. Y yo hacía silencio. Sabía que le gustaba el silencio porque cuando venía gente ella repetía mucho la palabra calladito. Pero ordenado, no. Tampoco desarmado. Calladito. 
Una tarde levantó un auto al que le faltaban las ruedas y lo miró. Y yo pensé que finalmente iba a ocurrir. Que las próximas palabras de madre iban a reconocer mi trabajo. Sin embargo lo dejó en el suelo y se puso a llorar. Se agarró la cara con las manos y terminó de sentarse en el piso. Lloraba. Lo primero que pensé fue que había olvidado el lugar en donde esto va acá y eso la había puesto muy triste, pero luego lo volvió a tomar y se lo llevó al pecho, repitiendo un nombre entre lo que lloraba. Yo estuve por decirle que no estaba roto, que solo estaba desarmado, pero entendí que era mejor hacer silencio. Calladito. También entendí, mirando sus manos apretarse el pecho, que no se lo iba a poder arreglar. 
Luego de ese día, todo siguió en su lugar. Pero nunca más fueron juguetes.

2 comentarios:

  1. Lugar aciago, la infancia, cuando debería ser todo lo contrario. Puedo sentir el orden estricto de las cosas, la incapacidad de una madre para ver a su hijo y la triste ausencia de juguetes. Sensaciones que se prolongan en el tiempo lo que dura una vida.

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  2. Quizá lo más triste es que los juguetes dejen de serlo. Y sí, son sensaciones que no sólo se prolongan, si no que forman literalmente la vida.
    Gracias por pasar.

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