jueves, 13 de agosto de 2020

La conciencia que nunca conoció el perdón


En las ruinas del sueño llora agua bendita. Cree que al despertar lo aguarda el amanecer de un rostro, el desprolijo azar de algún cuerpo físico que recibió el abstracto don de la existencia. Llora, mientras el sueño se va desenroscando hacia el final. ¿Salir de la amorfa fortuna para simular el canto límpido de un cielo nuevo? Las ilusiones lo recorren por dentro, son el sonido que le envaina cada vena del alma. Se ve claro, sano, fuerte, se ve en el espejo de su sueño que ahora agoniza para dar paso a la conciencia que nunca conoció el perdón. 

Lo daría todo. Hasta la vida daría por nacer. Se ve flotando en un equívoco y el pánico le aconseja olvidarlo todo. Demasiado peligro. Demasiado frágil ahí fuera. ¿Cómo mirarme cuando no sé en qué estrella caen mis lágrimas? ¿Cómo saber si estoy vestido para la ocasión, si aún no encuentro mi cuerpo? Pero todo se acelera y una breve asfixia introduce el fin del sueño. Todo acabó allí. Ahora el sonido y la luz son presencias que le definen una forma. El contorno interroga al espacio y el universo admite un sabor más. No lo sabe, pero está experimentando toda la felicidad de la que es capaz. Lo dio todo por haber nacido, aunque no sabe de rostro, ni de azar desprolijo, ni de formas límpidas o abstractas. Las ilusiones, que le alquimian un alma en taquicardia con furia de signos vitales, le esconden lo trágico. No se ha vestido para la ocasión, pero no lo sabe.

Antes de que el sueño vuelva y el equívoco lo deje pensando alguna eternidad más, escucha palabras y frases a su alrededor que derraman toda su agua bendita en una ruina de tristeza inabarcable, "malformación", "inviable", "sin posibilidades", "dejarlo vivo", "sacrificarlo", "cosas del campo", "cruzas impuras", "lástima", "llora" y llora su regreso al sueño en ruinas. 

Desabrochar la ilusión y colgar el canto en el hueco que el silencio forma. 
Frío. Cerrar los ojos.

6 comentarios: