lunes, 24 de agosto de 2020

Tan mezquino el sol


Un bote. Mïnimo, exiguo. Cáscara de madera que apenas contiene dos personas sentadas frente a frente. Una es ella. Y el otro, rema. Ella mira los brazos ondulantes de él. Él la va a matar cuando lleguen al centro del lago. Ella nunca fue testigo de un atardecer tan rápido, tan mezquino el sol cayendo a plomo como indiferente. El reflejo del lago sumerge los ojos de él en una ceguera que expande su aliento a la par de las ondas en el agua. Ella mira los remos sincrónicos. Imagina que tornan en algún dios y detienen el bote reclamando una justicia que ella tampoco sabría enunciar. Debajo de su cuerpo en contacto con la madera, el mundo se mece. No es posible creer que el camino a su muerte sea tan suave, tan disimuladamente apacible, tan de estela de agua en atardecer cálido de lago solitario. Sabe que no hace frío, pero siente los brazos congelados. Se pregunta y se responde, es la sensación anticipada de caer al agua. De la piel desenvolviéndose del alma. Él gira la cabeza hacia atrás. Está calculando el centro del lago. Su vida se mide en remos. El borde del horizonte tiene ahora ese azul profundo que introduce la noche próxima. Es su color amado. Lo agradece como si alguien le hubiera puesto un abrigo sobre los hombros. Quizá sea su imaginación, pero le parece que él se está apurando. Las entradas y salidas de los remos en al agua más agitadas. Gotas de lago salpican desde esos movimientos y se cuelgan de sus piernas. Se está apurando. Su respiración es más fuerte y más agitada. A pesar de que sabe que no tiene ningún sentido, imagina escenas cinematográficas en donde se salva de muchas maneras distintas, cada una más inverosímil que la otra. A cada una la enfrenta a los ojos de él y se le van diluyendo. Mira los tres muelles conocidos, referencia eterna para atravesar el lago, y entiende que el centro, lugar buscado por su profundidad, debería estar casi por debajo de la oración que ahora está rezando. Los remos se detienen.

4 comentarios:

  1. Mis contactos se quejan porque siempre escribo cosas tristes. Qué opinan los tuyos? (que conste que a mí me encanta el tono de tus textos).

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  2. Bueno, una solución posible a eso es dejar de tener contactos... A mi me ha salido bastante bien, ya lo ve.
    Ahora, hablando en serio, es todo un gran tema de debate eterno esa cuestión. Siempre me pareció que en la opinión de alguien que manifiesta que tal o cual cosa es triste se mezclan muchas cosas. Primero su estado anímico, cómo se da la interrelación entre lo que lee y lo que le provoca según cómo esté (un mismo texto nos provoca cosas muy distintas en distintos momentos). Y segundo, su sensibilidad artística para poder discriminar temática de calidad literaria. Quiero decir, hay cosas que pueden gustar por cómo están hechas más allá de qué cuenten o de qué traten. Me parece que en lo artístico el "qué" es lo de menos y el "cómo" es lo fundamental.
    Luego viene un debate bastante más psicológico que es cómo impactan o perturban los distintos tipos de emociones al acceder a una obra. Siempre se habla de la necesidad de un "conflicto" para que exista una historia, y es bastante difícil que ese conflicto nade en la felicidad. Otra cosa son los llamados "finales felices", que me parece que es más lo que gente espera o valora.
    Y ni hablemos de que si borráramos del mapa todo clásico que contenga tristeza, drama o cosa semejante, reduciríamos la Biblioteca de Alejandría a cuatro o cinco estantes ni siquiera completos de libros.
    Finalmente digo, la tristeza es una vela que alumbra poco, pero dura mucho. La felicidad es un flash que deslumbra pero se extingue casi al mirarlo. Yo prefiero andar acompañado por poca luz pero durante todo el camino.

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  3. Opino que las personas que no soportan leer textos dramáticos u oscuros, están agarradas de manera desesperada a una dinámica de elusión de la muerte. Algo parecido a lo que ocurre con las religiones. La promesa de un Cielo, por poner un ejemplo, no es más que el consuelo falaz de un final feliz.
    El fenómeno no sólo se da con escritos tristes, también tenemos claras estampidas ante lo desagradable, lo sucio, lo repulsivo... pero no son más que una muestra de carencias importantes a la hora de afrontar la vida.
    El propósito del Arte no es proporcionar paz al individuo. Y por supuesto, la belleza no reside únicamente en lo estrictamente "bonito". La belleza se expande, como una enfermedad, por todo un Universo donde no existe lo inapropiado.

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  4. Coincido. Igual, no está mal creer, suele ser más divertido que el escepticismo. Acoto que los que creen mucho en el cielo son los aviones (aunque algunos parece que se portan mal porque se terminan viniendo abajo).
    "El propósito del arte no es proporcionar paz al individuo", pero sí al artista, agregaría yo. Y pan, de paso. ;)

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