viernes, 21 de agosto de 2020

Setenta y cinco


Llegó hasta la iglesia buscando un crucifijo que le fuera propio. Sin ánimo de discutir con nadie, se acercó al agua bendita y tiró tres monedas en el recipiente de mármol grisáceo. Necesitaba bendecir un deseo recurrente. En medio de todo ese desánimo ocre, en el cual parecía flotar continua una nota musical única y sostenida, emanada de un órgano casi inaudible, giró varias veces su cabeza para encontrar señales. Alguna cruz, lo sabía, debía llevar su nombre. Luego de una hora y cuarto de buscar se sentó en uno de los bancos de madera y lloró despacio. Cruces sobraban en ese lugar, pero él desconocía su nombre. 

Ese aeropuerto era el sitio más desabrigado que él hubiese conocido. Los pisos olían a algún tipo de bebida alcohólica que no llegaba a identificar. Sentado en esa fila de bancos interminable se dio cuenta de que bastaba quedarse quieto un rato para volverse de caño blanco y vidrio. Todo era blanco y vidrio. Pero él no conocía de bebidas alcohólicas. El aire se llenaba continuamente de palabras que salían de parlantes. Imposible imaginar que alguien le hablara a él, que no era de caño ni de vidrio. Se miró las manos. Su piel estaba agrietada. Sabía que no todos los fríos eran iguales y no todas las pieles abrigaban. Ella llegó caminando, con una sonrisa colgada, desde el medio mismo de ese piso blanco e infinito. Llevaba un abrigo colgado del brazo y la sonrisa. Seguían sonando las palabras en el aire cuando él notó el crucifijo colgando en su pecho. 

Le costó convencer al conductor del autobús que le permitiera descender allí, en lo que para cualquiera menos él era el medio de la nada. Con su bolso colgando del hombro se quedó mirando la ruta, por donde el autobús se alejaba. Cualquiera que lo observase podría pensar que estaba esperando a quedarse solo, sin chapas ni motores rumiando en la cercanía. El olor del campo lo abrigaba con algo dulce que no podía identificar. Flores, animales, o el sol vibrando contra el pasto abandonado. Una brisa le entremezclaba recuerdos entre los párpados y le daba lo mismo el año que cualquier calendario le informase. Abandonó la ruta y comenzó a caminar entre el pasto alto y salvaje. Sobre su cabeza, pájaros siempre ajenos se graznaban mutuamente sin nombrarlo jamás. Nunca repararían en él, que no era del campo ni tenía alas. Se miró las manos. Su piel tenía el color del mármol grisáceo de un deseo recurrente, ya agrietado. En medio de esa aparente soledad inflamada de presencias, giró varias veces la cabeza buscando señales. Suspiró, el calor comenzaba a recordarle todo lo que le sobraba. Luego de una hora y cuarto de caminata vio el leve montículo de tierra, apenas asomando como un color irreverente que desafiaba el verde continuo. Llegó hasta él caminando con el paso desnudo de quien pisa sobre agua bendita. Sobre la tierra apilada se erguía una cruz de madera desvencijada, sostenida más por el olvido del tiempo que por los clavos. Él se arrodilló. Grabado en la cruz había un nombre, pero no podía leerlo. Pasó entonces su mano acariciando la madera y comenzó a leer cada surco de cada letra con cada grieta de su piel. Las cavidades se hermanaron y el nombre se le hizo carne. Ahora podría volver.

Poco antes de retomar la ruta, el último pájaro de la tarde lo sobrevoló y él alzó la mano a manera de saludo, creyendo entender por fin su nombre en el graznido. Luego siguió caminando. El sol comenzaba a entibiar el crucifijo colgado en su pecho.

9 comentarios:

  1. Satisfizo una necesidad primaria, y si un pájaro acompaña, mejor.

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  2. Una vez, hace muchísimos años, llevé durante algunos meses un crucifijo colgado de una cadenita de oro. Las razones no vienen al caso, pero está claro que mi nombre no aparecía en la escena.

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  3. Anónimo de las 11:55:00 GMT-3
    ¿Satisfizo una necesidad primaria suya o del protagonista? Y lo del pájaro, sí, claro. Mire al pobre Viejo Marinero de Coleridge y su albatros... esas cosas pasan cuando se desconocen los nombres.

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  4. Anónimo de las 12:27:00 GMT-3
    ¿Está seguro de que su nombre no aparecía en el crucifijo?... mire que a veces hay que saber leer sin letras y entender sin signos. Yo que usted no estaría tan seguro. Aparte, repare en el título... debe buscarlo durante una hora y cuarto.

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  5. ¡Gracias a los dos por pasar!... los quiero mucho.

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  6. Gracias por aclarar lo del título, no entendía su significado. Y en cuanto al crucifijo, bueno, igual no supe leer bajo la obviedad.

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  7. Anónimo de las 18:22:00 GMT-3
    De nada, obviamente no tiene porqué entender nada, con disfrutar basta. Y en cuanto a no saber leer mire... a veces es la mejor forma de entender. Mire, sin ir más lejos, lo que le pasó con el título, mientras no lo supo leer estaba feliz, ahora que sabe a qué se refiere ya le parece un mal título, sí, está pensando eso, puedo verlo en su cara, es evidente, no le gustó el título... bueno, mire, hay otros títulos por ahí, no tiene porqué venir a leer este, nadie lo obligó... pero qué cosa, ché... esta gente, meta quejarse de todo.

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  8. Me refería al resultado de la búsqueda del personaje :)

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  9. Anónimo de las 21:38:00 GMT-3 (tienen unos nombres más raros mis comentaristas..)
    Hay que tener cuidado con las búsquedas de los personajes. Cierto día a mi me encontró un personaje, me dio charla, me cuestionó su final, se quejó de las descripciones y se pasó un largo rato sugiriendo modificaciones al texto. Al final, sólo quería pedirme plata para salir de copas con el personaje femenino de una poesía que había leído mientras su libro estaba cerrado... Un verdadero aprovechador.

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